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En tiempo y forma por Alfonso Merlos
Ni una palabra de más ni una de menos. La oportunidad del mensaje del Rey es indiscutible. Y su señalamiento debe ser considerado por el conjunto de la nación, naturalmente por los representados pero especialmente por los representantes. Ni hay excesos, ni hay intromisión de ninguna índole digan lo que digan los nacionalistas. Hay en esta alocución simplemente el cumplimiento de la misión.
Es así. Más allá de la innovación del formato web, y tirando por completo por elevación, Don Juan Carlos se hace presente como símbolo y máxima representación del Estado; como altísimo responsable –en realidad el único constitucionalmente autorizado y legitimado– en las sacrosantas tareas de arbitraje y moderación del funcionamiento regular de las instituciones. O sea, está dando satisfacción a lo que milimétricamente enuncia y tasa la Carta Magna.
No hay más. Es obvio que los ciudadanos están cansados de los paños calientes, de las tolerancias y de las prudencias injustificadas a los de casi siempre. Y es evidente que no se puede soportar, sin ninguna clase de límite, la provocación, el chantaje, la sedición e incluso las coacciones al conjunto de la sociedad de los de casi siempre; porque a nadie beneficia, no desde luego al interés general.
En la mesura y en la firmeza del Rey se refleja su perfecta consciencia de los tiempos de cambio que están poniendo a prueba los cimientos, pilares y tabiques del edificio patrio. Y en su forma de proceder, como reza el clásico, está inscrita la vieja idea de que la Corona influye en el destino de los hombres; pero, sobre todo, de que esos hombres deben gobernarse con rectitud y de acuerdo con la Ley.
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