Badajoz
La «mancha roja» resucita el fantasma de Aznalcóllar
El problema de las balsas tóxicas no se ciñe sólo a Hungría. España no es que esté precisamente libre de peligro, como ya quedó demostrado hace más de una década tras el vertido de las minas de Aznalcóllar. «Existen más de 900 balsas de residuos en nuestro país entre las presas y las balsas mineras», explica Lucas Vadillo, ingeniero de Minas y especialista en minería y medio ambiente
«Las más peligrosas –prosigue– son las presas, que están encima del nivel del terreno –como la de Aznalcóllar y la de Hungría–. En caso de romperse el dique, que recoge los desechos, se produciría un desastre ecológico para las personas, el entorno y los bienes». De este tipo hay 609, según la actualización del último Inventario Nacional de Balsas de 2002, elaborado por el Instituto Geológico y Minero de España (IGME). El daño que podría provocar la rotura de una balsa minera, en cambio, es menor, al ubicarse en un hueco en el subsuelo, aunque podrían contaminar los acuíferos (las aguas subterráneas).
Riesgo evidente
En cuanto a si podría suceder un desastre similar al acontecido en Hungría, que ha dejado a su paso únicamente muerte y destrucción además de tierras que serán infértiles durante décadas, la respuesta es sí. «Ya sucedió con Aznalcóllar, por lo que la incertidumbre sobre si se puede repetir está ahí», afirma Vadillo.
Más contundente es el que fuera el director de la Estación Biológica de Doñana cuando sucedió el desastre de Aznalcóllar. «Existe un gran número de balsas en España y el riesgo es evidente. Actualmente en la franja pirítica desde Portugal al este de Andalucía tan sólo hay una gran instalación minera en funcionamiento que es Cobre Las Cruces, pero hay más de 30 balsas de gran tamaño que contienen residuos como Aznalcóllar dispersas por la geografía.
En Galicia, hay una balsa muy similar a la de Hungría, también de aluminio. Aunque todas ellas tienen por ley un plan de vigilancia, que constata cuándo cae el depósito, no es posible localizar los planes de emergencia para la mayor parte de ellas, y estos últimos planes son los que sirven para que sepamos qué hacer en caso de accidente», denuncia Miguel Ferrer, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Similar opinión tiene Eva Hernández, responsable de Agua de WWF: «Sí, puede suceder, porque hay muchas balsas con depósitos minerales de dimensiones enormes a las que hay que dar una solución, si no, el riesgo siempre existirá, aunque tras el desastre de Aznalcóllar, el control es mayor».
En concreto, en España hay una balsa en San Ciprián (Lugo) de la multinacional Alcoa, similar a la de Hungría. Ahora bien, matiza Vadillo, «aunque es parecida, se diferencia de la de Hungría en que importan el aluminio y en que todos los desechos estériles (no útiles para la empresa) se llevan a una empresa de lodos. En Hungría el problema es que disuelven la bauxita con hidróxidos de aluminio, y el resto (lo que no es metal) lo depositan en presas de lodos, de ahí el color rojo de este vertido». Pero no es la única diferencia. «El dique de la balsa de Hungría –prosigue– es de arena del ciclonado y en la de San Ciprián parece que es un diseño bien construido con una base de piedra plana (piedras sueltas) y grava sin clasificar.
En el limbo
Pero a pesar del potencial peligro que suponen estas balsas, lo cierto es que en España «la mayoría de ellas están abandonadas», dice Vadillo. Han dejado de utilizarse, bien porque las fábricas por las que se crearon han cesado su actividad o bien porque ya no hay industria minera y sus residuos tóxicos continúan a la espera de ser restaurados. «El 85 por ciento de las balsas –continúa– está abandonada o clausurada». El problema no es que no haya normativa, de hecho la hay, sino que el real decreto de gestión de los residuos de las industrias extractivas y de protección y rehabilitación del espacio afectado por actividades mineras (el 975/2009) se aprobó hace muy poco tiempo. Y es precisamente la normativa que exige un «aval» para garantizar que los almacenamientos de residuos se restaurarán cuando sea necesario. De modo que todas las balsas anteriores a este real decreto están en el limbo. Y muchas de ellas llevan así incluso «entre 20 y 30 años», recuerda Vadillo.
Similar opinión tiene Hernández: «Aún quedan muchas balsas abandonadas sin restaurar. A pesar del volumen de empleo verde que se podría generar eliminando el material tóxico».
De hecho, en 2002 el número de balsas abandonadas ascendía ya a 524. Y sólo se habían restaurado 65. «Andalucía, por ejemplo, la región que más balsas tiene, es también la que más ha restaurado», destaca Vadillo. Quizá algo se ha aprendido con el desastre de Aznalcóllar.
El peligro de las presas de lodos es que llueva mucho en intensidad o en el tiempo y las balsas se saturen y se deslizaran estos residuos. Aunque, potencialmente, las más peligrosas son las que están en activo, ya que las abandonadas no suelen tener agua, pues se ha ido evaporando.
«Una de las más grandes es la de Riotinto, en Huelva», afirma Vadillo. Sus dimensiones son colosales, «permite 25 millones de m3 de residuos», dice Eva Hernández. «Otra de las más grandes –según Vadillo– es la de Aguas Blandas en Monesterio, en Badajoz. Esta presa de lodos tiene 500 metros de radio».
También hay «las balsas ilegales, que, aunque tenían que haber sido clausuradas, aún no lo están», denuncia Hernández.
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