Historia

Francia

Hundimiento de Europa

La Eurozona se encuentra, como el «Titanic», en plena navegación, encallada en las amables costas griegas 

La Razón
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Cuando el «Titanic», el más seguro y avanzado de los trasatlánticos de entonces rozó apenas un iceberg, los pasajeros casi no se dieron cuenta de ello. Y, sin embargo, la catástrofe estaba servida, y de la misma no escaparon ni siquiera los viajeros de primera clase. Es posible que la invención del euro acabara, sin proponérselo sus artífices, con la imagen de una Europa económicamente invencible, fuerte de ánimo, amable en los modos, acogedora, culta y liberal. Sus inventores tal vez no eran conscientes de haber dado alas a un monstruo. Antes de «inventarse» el euro hubiera sido conveniente forjar un auténtico espíritu europeo que determinara las condiciones de su futuro uso y una cierta reglamentación sobre el mismo. Porque Europa pretendía en principio ser algo más que mera suma de diversas naciones. La idea matriz fue también fruto del miedo a que las tres grandes potencias entonces, Francia, Alemania y Gran Bretaña, volvieran algún día a las andadas. Pero el mundo de 1945 poco tiene que ver con el actual, salvo en algunos tics que suenan, junto a justificables intenciones, como la orquesta que tocó mientras se hundía el «Titanic». Al tiempo, podemos hoy contemplar, sin la pesadilla de los bloques, cómo la antes prestigiosa Prensa británica se encuentra sumida en el mayor de los descréditos: políticos, policías y detectives ofrecieron en el Parlamento sesiones de escándalo a la vez que los recortes sociales se cebaban en la atónita población, tan aficionada a la prensa amarilla, a la que se consideraba tan inocente como los Murdoch, habituales, junto a sus directivos, dentro y fuera del tinglado, del Downing Street de los laboristas y de los conservadores. Cameron ha dado la cara, pero no creo que haya convencido ni siquiera a sus fieles.

Gran Bretaña no se embarcó, pese a las carantoñas de Tony Blair, en la aventura del euro, pero sufre también sus consecuencias. Forma parte, pese a su insularidad, del mismo trasatlántico que navega sin rumbo. La figura implacable es la de la Sra. Merkel, que más que canciller de hierro parece una detective escéptica de Agatha Christie. Pero cree, y con razón, que sus electores alemanes no están dispuestos a gastar un euro más en países decrépitos, sin un crecimiento ordenado. Mas la Eurozona se encuentra, como el «Titanic» en plena navegación, encallada en las amables costas griegas. Y pese a las buenas intenciones de los «grandes», la ruta de navegación trazada resulta anárquica y esquiva. Alemania podría contemplar impávida la suspensión de pagos del estado heleno, pero la vía de agua abierta se llevaría consigo a la mitad de la Unión Europea. Ya reclaman Durao Barroso y el FMI medidas serias que pongan fin, de una vez, a los titubeos alemanes, una actitud que tiene mucho de suicidio lento y desgarrador. Como fichas de dominó los países irían cayendo y arrastrando a los otros. Es a los bancos alemanes y franceses a los que se les demanda un mayor sacrificio, bancos que en su mayor parte ni siquiera se atrevieron a pasar por el Rubicón de los españoles. José Luis Cebrián pide ya, con los honores de capitán general, coincidiendo con el PP, la celebración de elecciones y la despedida, con la cola entre las piernas, de Rodríguez Zapatero. Tal vez disponga de mejor información que el propio Gobierno que pretende elegir otras circunstancias, ya no tan distanciadas, pese a todo.

Tienen razón los socialistas cuando aseguran que los países que se vieron forzados a adelantar elecciones, como Portugal e Irlanda, no han mejorado, sino todo lo contrario.
Las elecciones sirven en estas situaciones más generales para poco, pese a que seremos convencidos, una vez más, de nuestra obligación de elegir un rumbo que otros ya han elegido por nosotros y veremos si con fortuna. No tanto como españoles, sino como europeos observamos inquietos las vías de agua y el lento decantarse de la nave. Alguien se inventó el término «gobernanza» para demandar una autoridad, de momento económica, que sea capaz de ordenar el caos. Pero el caos, por definición, es inordenable. Hemos salvado con la reunión de ayer jueves algunos muebles, pero la tormenta se reproducirá. Somos un viejo continente disfrazado de rico, sin fortuna, que alardea de sociedad del bienestar, pero muchos están viendo cómo crece el malestar, ajenos a una demografía adversa, a excesivas acumulaciones de capital sin control, a tantas exigencias y cierta abulia. Analícese el comportamiento de los oficiales del «Titanic» como ejercicio.