Fotografía
El fracaso de la belleza
Se ha generalizado de tal modo la obsesión por la belleza que dentro de nada habrá dificultades para disponer de actrices que puedan interpretar el papel de chica fea sin ser antes deformadas por los equipos de maquillaje. La fealdad natural se extinguirá e incluso cabe la posibilidad de que la ciencia borre la memoria genética y nos quedemos en un mundo de impecables bellezas simétricas en el que lo singular, lo atractivo, sea un rostro ocasionalmente deformado por una paliza o por una accidente de coche. De momento, mientras se conserve intacta la memoria genética, todavía es posible que del cruce de dos personas embellecidas en el quirófano nazca un niño feo. La belleza interior se considera ya una antigualla moral. Y al extinguirse la fealdad es probable que se esfumen también los complejos, que esconden tradicionalmente el aliciente del arte concebido como desquite de lo imperfecto, como manifestación de rencor por la desgracia de no haber sido premiado con el generoso don de la belleza. El talento ha sido durante siglos el gratificante refugio de los complejos, la escapatoria que les servía a los imperfectos para congraciarse con la sociedad y merecer el perdón de sus defectos. No habrá creación artística a partir de que se generalice la belleza y se extinga la fealdad. Se impone la perfección clónica, la homogeneidad de catálogo, las impecables proporciones a la carta, y nos quedaremos poco a poco sin esos hombres y mujeres que para librarse de sus complejos sorprendieron al mundo con el derroche de su talento. Y el Arte, que antes se refugiaba en las galerías y en los museos, se sentará ahora, cruzado de piernas, en las terracitas de los cafés.
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