Literatura

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El tiempo perdido

La Razón
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La semana pasada hablaba aquí de Perdidos y de la adicción que había creado la serie. El último episodio fue un evento de una magnitud completamente nueva en la historia de la televisión, con una expectación sólo comparable a la levantada por una final del Mundial de Fútbol. Millones de personas no durmieron o se levantaron a las seis de la mañana e incluso faltaron a su trabajo para ver cómo acababa la vida en la Isla. Y el final parece que no ha dejado a nadie indiferente. Desde entonces han surgido los «perdidófilos» y los «perdidófobos», es decir, los que han disfrutado con el desenlace (yo estoy entre ellos) y los que han sentido que estos seis años han sido de «tiempo perdido». Más allá de las razones que puedan tener unos u otros, estos posicionamientos (en muchos casos, extremos) son síntoma de que nos encontramos en una nueva época en la historia del entretenimiento. Una de las cuestiones por las que muchos se han sentido defraudados ha sido porque los guionistas no han seguido sus opiniones. Después de años de verter teorías en Internet, parece que no ha habido la «retroalimentación» necesaria para que la serie crease un desenlace a la medida del espectador. Sin duda, vivimos en la época de la interactividad. Creamos incluso nuestras propias estrellas del pop en programas tipo Operación Triunfo. Nos hemos creído que podemos elegir cómo son las cosas. Y, en cierto modo, esa ilusión estaba implícita en Perdidos, donde también había mucho de «Supervivientes», ese Gran Hermano de la Isla. El futuro seguramente irá por ahí. No deberemos extrañarnos si las en las próximas series el desarrollo comienza a ser «decidido» por el espectador.