Alicante

Indigno

La Razón
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La dignidad me reclama dimitir. Pero me abrazo a la indignidad. Transcribo el párrafo inicial de mi artículo del pasado domingo: «Por primera vez en muchos años –mójome el trasero–, estoy convencido de que el Real Madrid puede ganar al Fútbol Club Barcelona en el Camp Nou». He quedado como un clamoroso majadero. Peor aún. Como un forofo optimista. El optimismo tiene mucho que ver con la necedad. Y el palo ha sido muy fuerte. Deslomado me siento, y muy merecidamente.

Vamos a ver. No busco disculpas, pero el análisis egoísta del partido celebrado en Barcelona no me sale tan mal. Venció el «Barça» por tres goles a dos. Dos de los goles del Barcelona los metió Villa, que fue –en dos ocasiones, y durante horas–, jugador del Real Madrid. Era entrenador del Real Madrid Schuster, Ramón Calderón el presidente y Mijatovic el director deportivo o como se diga. El Real Madrid y el Valencia habían llegado a un acuerdo, y Villa esperaba la llamada para firmar el contrato. Enterado Raúl del compromiso, se opuso a la contratación de Villa. No quería al mejor delantero del mundo por encima de él. Y la operación se deshizo. Florentino Pérez recuperó la presidencia, y reincidió en el error de nombrar a Valdano responsable de los tejemanejes deportivos. De nuevo, Villa estaba de acuerdo con venir al Real Madrid, pero tres millones de euros lo impidieron. Florentino se puso muy digno con esos tres millones de euros. Fue cuando Valdano, el sagaz, para suplir a Villa fichó a Benzemá, ese terremoto apasionado, ese tsunami del área, esa rompedor de redes. Así, mientras Raúl cumple en el Shalke 04 sus últimas avaricias, Villa le mete goles a su equipo que no lo fue por culpa de unos memos. Del mismo modo se les escapó Alves a los inteligentes dirigentes blancos. Así que voy a unirme a los Mingote.

Se hallaban viendo la televisión Isabel y Antonio Mingote. Y ella le preguntó: –Antonio, ¿por qué no nos hacemos de un equipo de fútbol para sentir la pasión deportiva?–. Y Antonio accedió gustoso al ofrecimiento. Veían un programa de esos en los que entrevistan a mucha gente del fútbol, y en ese momento el protagonista era el presidente del Hércules de Alicante. –Ya tenemos equipo–, comentó Antonio. –Nos hacemos del Hércules–. Y se han hecho del Hércules, con gran dignidad, a sabiendas de las muy remotas posibilidades que tienen de celebrar un triunfo sonado. Hay belleza radiante en esa decisión admirable. El domingo por la noche vibró mi teléfono móvil. Era Antonio. –¿Qué ha hecho mi equipo?–; –ha vencido con holgura y merecimiento–, le informé. Y se mostró jubiloso.

Ellos, del Hércules, son personas felices y lejanas a toda ambición forofa, en tanto que nosotros, los madridistas, formamos una legión de seres apesadumbrados por las ilusiones rotas. Ni Mouriño ni San Pedro. El «Barça» es mucho mejor porque se dedica, entre otras cosas, a contratar a los grandes futbolistas que desprecia el Real Madrid. Sucede que el periodismo deportivo en Madrid es bastante marroquí. No critica a sus ídolos, a sus reyes.

Con lo sencillo que hubiera sido hacerle una entrevista a Juan Cruz Sol, gerente del Valencia en aquellos momentos o al padre de David Villa. Pero no interesan las noticias que dejan mal al gran avaricioso bundesliguero. Pero no quiero justificar mi lamentable capacidad para el vaticinio. A partir de ahora, con los Mingote, sólo me ocuparé del Hércules.