Ceuta
Gibraltar español
La política del Gobierno de Rodríguez Zapatero con Gibraltar se entiende mejor si se recuerda la visita oficial que Moratinos, como ministro de Asuntos Exteriores del Reino de España, realizó a la roca en julio del año pasado. Más o menos por las mismas fechas se supo que el Instituto Cervantes, que fue en su tiempo instrumento de la política exterior del Gobierno español, tenía planeado abrir una sede en Gibraltar. Esto último resultaba sorprendente porque en Gibraltar todo el mundo sabe español tan bien, y ahora tal vez mejor, como cualquiera que tenga la nacionalidad española, y hasta ahí el Instituto Cervantes no abría sedes en países donde se habla nuestra lengua.
Las dos noticias apuntaban a lo mismo: una política exterior que iba dibujando una España dispuesta a ceder terreno –incluso físicamente como ocurre en el caso de Gibraltar– ante sus adversarios y que en vez de defender sus intereses mete la cabeza en un agujero para no ver la realidad. Por mucho que esto corresponda a un rasgo de carácter del presidente Rodríguez Zapatero, como a estas alturas ya tenemos todos sobradamente comprobado, una política exterior no debe medirse por sus efectos, ni siquiera cuando estos resultan tan extraordinarios como los de ver menguar el propio país.
Es posible, incluso, que Rodríguez Zapatero, su ministro y sus centenares de asesores (toda una plurinación de por sí) aspiren en esta materia a algo muy distinto, como es una suerte de ampliación de España. La ampliación consistiría en dibujar un mapa político de España en el que tuvieran cabida, de un modo que todavía no se adivina pero que en estos años se ha tratado de ir perfilando, territorios como Gibraltar. Hemos ido hacia una España plurinacional (decir «multinacional» resultaría poco socialista), con territorios y entidades políticas que establecerán entre ellos, y con España, relaciones bilaterales, como entes soberanos que son. Esta España podría acoger en su generoso regazo a los primos un poco díscolos que son los gibraltareños. Y al revés, también se encontrarán fórmulas de cosoberanía para «solucionar» el «problema» de Ceuta y Melilla a gusto de todos, en particular de nuestros vecinos marroquíes. La cesión de competencias al País Vasco realizada la última semana no es, en esta perspectiva, un gesto desesperado de supervivencia. Es un paso triunfal más hacia ese nuevo modelo de España postnacional que Rodríguez Zapatero enunció cuando puso en duda la existencia de la nación (española).
Resulta entretenido ir comprobando cómo ese proyecto postnacional para España refuerza la idea de nación en todos los otros casos. Los nacionalistas catalanes y vascos, para los que la idea de la nación aplicada a su tierra no ofrece duda alguna, lo encuentran interesante. No tanto los gibraltareños, que ya tienen algo parecido desde su Constitución de 1969, ¡más antigua que la nuestra! A los marroquíes, por su parte, les pasa lo mismo que a nuestros nacionalistas, que les divierte el proyecto político de ampliación de España de Rodríguez Zapatero. Ah, los encantadores de serpientes…
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