Moda
Casas para el cuerpo por Paloma PEDRERO
¿Se han fijado en que nuestras casas están pensadas sólo para la salud del cuerpo? ¿Y el espíritu? ¿Y dónde albergamos el corazón? La cultura occidental no piensa en eso. No se plantea que un hogar ha de ser sitio que nos cobije tanto de la intemperie como de la batalla interior. Entramos en cualquier apartamento y hay un recibidor para dejar el abrigo, el abrigo físico, el paraguas. ¿Pero dónde dejamos el miedo? La cocina, imprescindible siempre, es también para el cuerpo. Cocinar. Preparar alimentos que viajarán hasta el comedor para que nuestro cuerpo se nutra. Sillas y mesa. Muebles. Para el cuerpo.
El salón para estar, no para ser. Para el cuerpo. La librería en que la mayoría desconocemos qué libros la ocupan. Libros olvidados. Figuritas, cosas mezcladas con palabras escritas que pocas veces agarramos para curar un dolor. Olvidamos cómo un poema puede diagnosticarnos un mal invisible, cómo un cuento puede aliviarnos una jaqueca o una pena. Pero al lado de la librería no hay una alfombra, una luz, un espacio vacío para narrarnos cuentos. Historias de risa que dan calma. Historias de uno que comunican con los otros. En el salón la televisión, esa que nos ayuda a enajenarnos un poco más, que hace juego con los ruidos de los vecinos, de la lavadora, de la «play» del niño. Entretenerse para no sentir nuestro interior alborotado.
Y el baño, en el que nos lavamos y acicalamos. El cuerpo. Ahora están retirando las bañeras; no hay tiempo, dicen, para gozar del agua. Para quedarnos quietos con nosotros mismos. Todo suena en las casas para que nuestros ruidos interiores no salgan a la superficie. No podemos curarlos. Los ricos se instalan gimnasios para el cuerpo. Bodegas de vino para el paladar. Los pobres se hacinan en la estrechez de espacios desalmados. Y dormitorios para descansar y desahogar. El cuerpo. Quizá un día además de armarios pongamos también almarios. Huecos para el silencio, la meditación, la música buena, la poesía. El ser. Lo que cura por dentro.
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