Distribución
«Nos avasallan y nos callamos»
Román Hernández era vicepresidente de la comunidad de vecinos Don Joaquín, en Benalmádena costa. «Terminé harto –asegura–. El presidente es inglés y no se enteraba de nada o hacía que no se enteraba, pero el caso es que siempre beneficiaba a los vecinos ingleses», cuenta. En la urbanización son 116 vecinos, dos bloques de 58. El 70 por ciento, ingleses. Pagan a un traductor que a Hernández le cuesta 400 euros al año, aunque los propietarios de pisos más grandes y garaje pagan más. «No hay derecho. Nos avasallan y nos callamos», cuenta. Hernández se queja de que «sólo una decena de matrimonios viven allí todo el año» y el resto delega el voto en el presidente británico. Muchos alquilan la vivienda en Gran Bretaña a compatriotas, que les van a recoger al aeropuerto en furgonetas conducidas por británicos. «Ni pagan impuestos, ni siquiera un taxi. No tienen contratos, dicen que son familiares. Y cuando protestas en el Ayuntamiento, encima se ponen de su parte».
El detalle: «lejos de perjudicar, beneficia a la zona»
Juan Noval es delegado de una mayorista de viajes en la Costa del Sol con 35 años de experiencia. Su misión ha sido la promoción de la zona, vender la imagen. Tiene claro que la presencia de extranjera «beneficia a la marca». «Es una cuestión mercantilista, de buscar nichos de mercado y está bien que se adapte la oferta a los clientes dada la competencia de otras zonas de turismo emergente», explica. Aunque sobre las grandes comunidades dice que «tienden a limitar su participación con el entorno. No debería haber problemas de convivencia, siempre y cuando acepten las costumbres, pero es claro que los esfuerzos que hacen los inmigrantes de países subdesarrollados son mucho más grandes», reflexiona. Como cliente, admite que «le producen rechazo» las zonas que está exclusivamente orientadas a extranjeros.
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