Brasil

Lula

La Razón
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Cuando Lula era un sindicalista con la camisa abierta hasta el ombligo, tres o cuatro ugetistas de tercera fila y un par de periodistas le dimos un tentempié en Madrid, donde nadie lo recibía. Optimista, nos hizo un retruécano: «El socialismo con muletas es imparable». Luego, en Brasil te reciben todos con la misma chanza: «Éste es el país del futuro, y siempre lo será». Brasil es un continente; hay un campo de fútbol partido por el Ecuador y cada equipo juega medio encuentro en el Hemisferio Norte y otro en el Hemisferio Sur. En el Sertao del nordeste, los cangaceiros asesinan a los campesinos por cuenta de los ganaderos, y en la potencia de São Paulo nacen niños sin cerebro por la contaminación. No sorprende que la candidata verde Marina Silva haya sumado tantos votos tras gobernar el Estado. Atendemos más a la elección presidencial que a las de los gobernadores, todopoderosos y dados a una corrupción rampante. Maluf, un gobernador norteño, fletó dos aviones a Brasilia con «carne femenina y gratuita» para satisfacer o comprometer a los diputados ante una ley que le convenía: las famosas malufetas. Es inédito que un presidente finalice sus dos mandatos con un 80 por ciento de aceptación. Con Lula más de 30 millones de brasileños se han movido desde la pobreza extrema a la clase media baja; ha escolarizado a «los menhinos da rúa» incentivando a los padres; ha captado capital; no ha creado problemas internacionales y ha logrado el próximo Mundial de fútbol y los Juegos para Río de Janeiro. Se impone el continuismo y es lógico que le suceda Rousseff, su mano derecha. Fue guerrillera, ex cancerosa y otra roja sosácea.