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Deriva autoritaria en Budapest

La Razón
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Un año después de estrenar su Presidencia de la UE con una polémica «ley mordaza» que limitaba la libertad de prensa, el Gobierno húngaro del conservador Viktor Orban se ha superado a sí mismo aprobando una Constitución a la medida criticada por la oposición, la UE y EE UU. El 1 de enero, la República Húngara pasó a llamarse Hungría y estrenó una Carta Magna que se encomienda a Dios, al orgullo patrio, la cristiandad y la familia tradicional... El texto, aprobado en solitario por los conservadores de Fidesz, que controlan dos tercios del Parlamento, aumenta el poder del Gobierno sobre el Tribunal Constitucional y el Banco Central. Precisamente, la pérdida de independencia del banco emisor llevó a que el FMI y la UE rompieran el 16 de diciembre las negociaciones para conceder a Budapest un préstamo millonario. Sólo una vez que dos agencias de calificación colocaron a la deuda húngara a la altura de los «bonos basura», el Gobierno magiar se aprestó a volver a negociar sin condiciones previas.

El 23 de diciembre, la mayoría de centro derecha asestó otra vuelta de tuerca a la democracia aprobando una nueva ley electoral que reduce el número de diputados, elimina la segunda vuelta y redistribuye las circunscripciones a favor de los intereses de Fidesz. Además, en línea con su discurso nacionalista, Orban concede el derecho de voto a los húngaros que residen en el exterior. Frente a las críticas, el líder magiar responde que «nadie puede meterse con lo que hacemos». Sin embargo, su política ha obrado el milagro de unir a la oposición, que protagonizó una multitudinaria manifestación el 2 de enero frente a la Ópera de Budapest. Al grito de «Fuera Orban» o «Error 404. Democracia no encontrada», unas 100.000 personas salieron a la calle para expresar su malestar. Un año y medio después de ganar las elecciones con un 52%, la intención de voto de Fidesz ha bajado al 20%.