Puebla
Justicia eclesiástica por Carlos ABELLA Y RAMALLO
Cuando hoy celebremos en la catedral de la Asunción, en El Burgo de Osma, la beatificación de don Juan de Palafox y Mendoza, virrey de Nueva España, obispo de Puebla de los Ángeles en México y después de su capital, defensor de los indios y los pobres, reformador de la Iglesia, y finalmente obispo de El Burgo de Osma, estaremos asistiendo a un acto muy tardío, pero necesario, de justicia eclesiástica, diría yo, casi de justicia divina.
Hijo ilegítimo del marqués de Ariza, nacido en Fitero en 1600 , fue recogido en la familia de un humilde hortelano Pedro Navarro, conociendo en su niñez la pobreza y la vida de pastor de ovejas. Reconocido en su juventud por su padre biológico, estudió leyes y cánones, se doctoró en teología, recibió el sacerdocio en 1629 y fue pupilo del Conde-Duque de Olivares, quien lo introdujo a Felipe III, impresionado al rey con su ejemplar conducta y saberes, lo que le llevó a presentarle como obispo de Puebla de los Ángeles.
Su labor pastoral, eclesiástica y cultural como obispo fue extraordinaria, lo mismo que su obra de gobierno como virrey mas tarde de Nueva España. Defensor de los indios y los pobres, su actitud no habría de gustar a los poderosos terratenientes y sus disposiciones eclesiásticas siguiendo las normas reformadoras del Concilio de Trento habrían de enemistarle con la importante Compañía de Jesús, la cual durante casi dos siglos argumentó y depuso juicios contra su venerable figura de obispo y pastor.
Sus numerosos enemigos lograron hacerle decaer de sus cargos de virrey y de primado de México y le persiguieron con falsas acusaciones, acabando su vida como obispo de El Burgo de Osma en 1659, donde dejó igualmente perdurable fama de santidad y así, y caso raro, fue el propio Cabildo quien inició la solicitud de su beatificación en 1666.
Pocos personajes de la historia de la Iglesia han sido aborrecidos por sus hermanos de religión en la forma en que lo fue don Juan de Palafox, pero él decía que a todos perdonaba y a ninguno aborrecía.
Echar más fuego
Los enemigos de su causa de beatificación consiguieron mantenerla en suspenso durante mas de tres siglos. Ni el apoyo de Felipe IV y Carlos II a su persona y obra consiguieron mover aquella inquina religiosa. Para más desgracia coincidió el curso de su causa con la política regalista de Carlos III, quien apoyando su beatificación al mismo tiempo pedía la disolución de la Compañía de Jesús, lo cual suponía echar mas fuego en la hoguera de su quemada causa de santidad.
El empeño de Carlos III solicitando la disolución de los jesuitas era tan firme en España como también en Francia, Portugal y Nápoles. El triste y enfermizo obispo de Valencia don Tomás Aizpuru, embajador de Carlos III ante el Papado, fue removido ante la sospecha de no presionar suficientemente por la disolución de los jesuitas y flaquear en la pendiente causa de Palafox, ambos deseos reales. Nombrado para sustituirle don José Moñino, consigue la disolución de la Compañía, por lo que es premiado con el Condado de Floridablanca.
Pero la causa de Palafox siguió pendiente y un nuevo embajador, don Nicolás de Azara, la apoyó con vehemencia y pasión, sin conseguir tampoco avanzarla, pues tales eran las trabas y «dilata» que habían conseguido los enemigos jurados de Palafox. Y así la causa entró en el olvido o letargo en los archivos del Dicasterio de la Causa de los santos.
Afortunadamente en 1999 coinciden una serie de fuerzas que cambian aquel olvido de siglos. Tiene lugar el Año Palafoxiano, inaugurado en Fitero para conmemorar el IV centenario de su nacimiento, y se celebran varios congresos sobre su figura y obra. El entonces secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, don Jorge Fernández Díaz, se entusiasma con la figura de Palafox e impulsa estudios y exposiciones sobre el virrey-obispo.
Un nuevo postulador de la causa el padre Ildefonso Morriones, con gran saber y tesón volvió a presentar la «Positio» de 1792. Yo mismo me personé ante el cardenal Saraiva, entonces prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos para implorar la revisión de las históricas «dilata» y, aconsejado por él, visité al padre general de los Jesuitas, a la sazón el padre Kolvenbach, quien me aseguró que después de tantos años la Compañía en nada se oponía a la causa de Palafox.Pero aún había algunos doctores de la santa madre Iglesia, oficiantes en la causa, que seguían manteniéndolas históricas tesis contrarias.
Se hicieron exposiciones y conferencias en Roma para presentar la verídica figura del obispo Palafox, quien por defender a los indios y a los pobres, a los cánones de la Iglesia y la recta administración eclesiástica, tantas inquinas había recibido en vida y le habían perseguido en su fama de santidad tras su muerte. Una cuidada exposición sobre palafox fue presentada en la iglesia de Montserrat e inaugurada por el entonces vicepresidente Rajoy. Se volvía así a dar a la causa un impulso nacional. Sin embargo, algunos importantes canonistas, enemigos históricos de la causa, que aún quedaban, la tomaron con el padre Morriones, a quien como embajador tuve que defender de varias intromisiones. El tesón y la pericia con el que este postulador llevó la causa de Palafox, sus conocimientos y los apoyos explicados, salvadas como dije las reticencias históricas, hicieron el milagro después de mas de dos siglos de que se reconociera, al fin, la meritísima obra pastoral del obispo Palafox. Su fama de santidad ha pervivido a ambos lados del Atlántico. En México y en España es fiesta grande con esta beatificación. Yo la juzgo, aunque tardía, como justicia eclesiástica, casi como justicia divina. ¡Aleluya!
Carlos Abella y Ramallo
Gentilhombre de Su Santidad y embajador de España
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