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La Razón
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El Gobierno ha dicho que a los fetos no hay que fumarles encima. En serio. La ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, ha dado orden de que en las cajetillas se avise de que el tabaco que fuma la madre puede perjudicar al hijo que lleva en su vientre. Luis Chiva, ginecólogo del centro MD Anderson de Madrid, ha aclarado que la figura representada en las imágenes es un feto de unas 14 semanas. A mí me parece fatal que este Ejecutivo confunda de esta manera a la opinión. Quiero decir que esta medida podría inducir a pensar que la mujer lleva en el vientre un ser humano, o que el feto es sujeto de derechos.

Que hay que respetarlo, vamos, o respetar su salud, o al menos sus pulmones. Hasta las 14 semanas el aborto es libre en España gracias a la nueva ley Zapatero. O sea, se puede hacer que te saquen del útero, sin más preguntas, el mismo producto que hay que proteger cuidadosamente contra el tabaco. No se le puede atufar, pero sí trocear. Aquí hay algo que no cuadra. Según un departamento u otro del Ministerio de Sanidad –el de Higiene o el de Salud Sexual– el feto ha de ser preservado o no. La cosa se puede interpretar como una inmensa ironía o como una tragedia. Queremos ser más sanos y ecologistas que nadie y a la vez los más abortistas de Europa. Es una forma de refinamiento perverso que incorpora el narcisismo físico extremo, el hijo entendido como producto de consumo ideal de la muerte y el desprecio por la vida humana. Me recuerda a Calígula y a Nerón.