Libros
Milagros
«Pero si es que puedes ya reservar un apartamento en la estación espacial». «Pero si es que, con un trocito de corazón muerto y aplicando las células-madre, te fabrican uno nuevo». Pues mira: yo me alegro, claro, si a Jaime le renuevan el corazón y me lo dejan de compañía, o si a Mar la libran del fantasma del cáncer sin un calvario de terapias atrasadas, hasta si Ana se pone contenta de haber visitado en un vuelo el Machu-Pichu y se olvida con eso de sus pesares, y me aprovecho de los milagros de la técnica cuando por caso sirven para algo bueno; pero no por eso me convencen. ¿Quiénes?, ¿de qué? Vamos a ver: hay aquí un lío inveterado que lo confunde todo: ¿qué relación hay entre los milagros y la fe?, ¿cómo van los milagros a ser una prueba de la verdad de lo que nos quieran hacer creer? Los hombres son unos monos muy mañosos, y, a fuerza de afán en el empeño que se traigan, desarrollan técnicas tan poderosas que te pasman, que se apoyan en una ciencia que por su parte hace ya mucho que no juega a preguntarse por la verdad, sino que se dedica a resolverles esas aplicaciones técnicas problemas: es la fe en la realidad sin pararse a preguntar por su verdad lo que produce tales éxitos.
Sordera ante la razón
Pero, ¿cómo esos éxitos pueden ser la demostración de la verdad, una prueba de que la fe dominante no es mentira? «Hombre, hasta Cristo tenía que hacer milagros para que le hicieran caso». Deja a Cristo en paz: atosigado debían de tenerlo los fieles para obligarle a eso; a veces la sordera del personal a la voz de la razón puede tentarlo a uno hasta a hacer milagros. Ya me guardaré yo de eso. Cuando llegue a sentir el milagro de las cosas que nadie ha hecho, lo milagroso de que se revuelvan con esa gracia, desde el lucerito de la tarde a la red de venillas que a esta hojita está desnudándole el otoño y hasta los frunces tan curiosos de mi propio ombligo, entonces tendré fundamento para no creer en nada que ni el Hombre ni Dios me cuenten.
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