Israel
Cotillard una actriz de cuerpo entero visita Cannes
Sonrió desde todos los ángulos posibles y los flashes captaron su belleza. La actriz, estupenda en la nueva cinta de Jacques Audiard, interpreta a una mujer que sufre un terrible accidente y queda postrada en una silla de ruedas. Nada que ver con la egipcia «Después de la batalla», también a competición
Da la impresión de que son los cuerpos los que definirán la historia de amor que nace entre Marie (interpretada por Marion Cotillard) y Ali (Mattias Schoenaerts). El cuerpo amputado de ella, un cuerpo a medias, producto de un tremendo accidente, y el exceso de cuerpo de él. Dos personajes, los protagonistas de «De rouille et d'os», que se complementan, que han nacido para compensarse. ¿Qué ocurre entonces con el corazón? El cine de Jacques Audiard siempre enfoca las heridas, las abre para que podamos ver cómo la luz acabará por cerrarlas, por curarlas, por sanarlas. El problema de «De rouille et d'os», que ayer fue muy bien recibida en su pase matinal en Cannes (no es un mal comienzo para el certamen, tras la buena acogida de la inaugural de Wes Anderson), es que, al contrario que en las excelentes «De latir mi corazón se ha parado» y «Un profeta», la curación no es convincente.
Lo dicho: dos cuerpos como coches que colisionan. Ali, guardia de seguridad y boxeador ocasional, con un hijo, sin un euro en el bolsillo. Marie, entrenadora de orcas en Marineland, que sufre un accidente que la deja sin piernas. El personaje femenino no existía en los cuentos de Craig Davidson en que se basa la película, pero Audiard quiso introducirlo porque, después de la muy masculina «Un profeta», quería rodar, y así lo ha expresado, una historia de amor: «Tras mi película anterior, que se desarrollaba en una cárcel, sin luz, en espacios confinados, sin mujeres... teníamos ganas de ver una historia de amor, de espacios, de luz...», explica. «Ambos están atravesando una crisis, y ésa es la razón por la que la fuerza física es tan importante para ellos. Es lo único que tienen para sobrevivir, para mantenerse en pie», aseguraba ayer el director. A menudo Audiard asocia la fuerza física con la violencia, el idioma universal que sus personajes hablan, para expresar su enfado con el mundo. La primera vez que vemos a Marie es después de una reyerta que tiene lugar en una discoteca, y Ali tarda bien poco en introducirse en el mundo de las peleas clandestinas. ¿Entiende Audiard la violencia como una catarsis inevitable, como una manera de comprender al otro? «Me cuesta filmar la violencia», confesó ayer durante la presentación. «Puede parecer raro que lo diga yo cuando mis películas siempre contienen algún acto de violencia. Quería que fuera lo más realista posible, pero no demasiado sangrienta: la vemos a través de los ojos del personaje femenino, debía ser tolerable».
La primera parte de «Des rouilles et d'os» es impecable. Audiard presenta a sus personajes in medias res, sin explicar su pasado inmediato, y la rabia o la generosidad implícitas en sus gestos estalla en toda su pureza ante los ojos del espectador. Es difícil no conmoverse ante una relación que se construye sin más exigencias que las que dicta el destino. Audiard rueda con sequedad, sin sucumbir al tremendismo de las situaciones que retrata. En manos de otro cineasta, enseñar los muñones de Marion Cotillard, pulidos por obra y gracia de los efectos digitales, habría sido obsceno. Audiard lo convierte en la única manera de respetar al personaje, un acto de justicia poética. «Marion es una actriz muy viril y muy sensible al mismo tiempo, que es capaz de pasar al otro lado del muro, no hay demasiados actores que posean esa particularidad», declara Audiard.
Al otro lado del espejo
Cotillard se agarra a lo poco que sabe de Marie para contener sus emociones, para relatar su proceso de reconstrucción moral sin subrayar sus gestos. «Cuando leí el guion me sentí conmocionada por la historia. Normalmente tengo una comprensión inmediata del personaje al leer un guión, pero en este caso, tras leer el texto, no sabía quién era Stéphanie», confesaba la intérprete. Al otro lado del espejo, Mattias Schoenaerts compone un personaje opaco en su carnalidad, que se somete a los designios de su descenso a los infiernos sin mover una ceja, excepto cuando la violencia le da la posibilidad de comunicarse con el mundo.
«No creo que estas dos personas sean muy distintas a la mayoría de la gente. Todo el mundo atraviesa momentos duros que tiene que superar, y lo hace gracias a su instinto de supervivencia, ese instinto que nos impulsa hacia la búsqueda de la felicidad». Esa búsqueda de la felicidad de la que habla Cotillard es, precisamente, la que hace naufragar a «De rouilles et d'os» en su segunda mitad. Audiard parece tener prisa para compensar la evolución diametralmente opuesta de sus personajes, para buscar un equilibrio que funcione dramáticamente, y se deja llevar por las estrategias del melodrama barato. Acumulando inverosímiles «deus ex machina» para cuadrar la fórmula, en sus peores momentos se acerca a la poética de un Iñárritu en baja forma.
Después de maldecir a Israel («preferiría que mi película no se estrenara en un país que sigue ocupando territorios palestinos») y vitorear a Cannes («el hecho de que sea esta película, con imágenes tomadas libremente, la que está en competición envía una señal fuerte al mundo árabe. El rechazo a bajar los brazos y a inclinar la cabeza ante la dictadura es la esencia del cine»), el egipcio Yousri Nasrallah se dedicó a glosar las virtudes del arte que lucha mano a mano con el pueblo por la democracia: «Creo que nuestra película representa un compromiso político y un compromiso por el cine en un contexto en el que el cine, al igual que el arte en general, es atacado en Egipto por los partidos que se llaman islamistas».
Nasrallah estaba rodando cuando estalló la Primavera Árabe y los egipcios salieron a la calle para derrocar el régimen de Mubarak. Decidió aparcar el proyecto en el que estaba trabajando para filmar una película de guerrilla que reflejara los abruptos cambios políticos que estaba sufriendo Egipto. Reclutó a sus actores y a su equipo técnico bajo la consigna de que estuvieran disponibles para rodar durante los próximos seis meses. Así nació «Après la bataille», cine militante a la vieja usanza.
Foro de debate
Es fácil apreciar la urgencia con que está realizado el filme, fruto de la necesidad de hablar en presente de las contradicciones de una revolución que ha cambiado radicalmente el panorama político de los países árabes. La película se ofrece como foro de debate en el que todas las clases y tendencias ideológicas están representadas: los hombres que se vendieron al régimen de Mubarak a cambio de la promesa de una vida mejor, las mujeres que quieren aprovechar la revolución para reivindicar su voz, los rebeldes que pisan las ruinas de un Egipto de futuro incierto.
«Si he hecho este filme es porque pienso que el pueblo egipcio, aún no habituado a la democracia, merece esta carta de amor que le hemos escrito con la película», sentencia el director. Como ocurría en la estimable «Mujeres en el Cairo», «Après la bataille» es una «soap opera» tosca y gritona. La diferencia reside en que aquella obedecía abiertamente a las estrategias del culebrón mientras que ésta quiere ser cine de tesis puro y duro. El desaliño formal responde a la inmediatez con que Nasrallah aborda las transformaciones de lo real, pero, lejos de sus referentes, con «Roma, città aperta» y «Alemania año cero» a la cabeza, no sabe articular un discurso coherente. Quiere decir tantas cosas que las imágenes se convierten en una cacofonía de ideas a medio formular. Adaptándose a la retórica del cine popular, abraza con demasiado entusiasmo el caos sentimental de un mundo en disolución. «Après la bataille» no entiende que Rossellini tiene muy poco que ver con el folletín.
Juventud, divino tesoro
Si «Rebobina, por favor» le colgó la etiqueta de Capra del «video vintage», «The We and the I», que ayer inauguró la Quincena de los Realizadores, puede convertirle en el Capra de los barrios de la periferia. Michel Gondry utiliza un viaje en autobús por el Bronx para desenmascarar las actitudes estereotipadas de la adolescencia. Esas actitudes se miden por la distancia ética que separa los pronombres personales del título: Gondry describe qué le ocurre a un joven cuando recorre el abismo que separa lo singular de lo plural. La película tiene la frescura y el descaro de una obra de teatro improvisada sobre la marcha. Es urgente y espontánea como un sms enviado en medio de una clase de matemáticas. Es lo que ocurre con un sms: corremos el riesgo de borrarlo de inmediato de nuestro disco duro.
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