Historia

Francia

La monarquía que aprendió la lección por César Vidal

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Amediados del s. XVII, Europa estaba regida por las más diversas monarquías que, con ligeros matices, compartían la creencia en el absolutismo. La situación resultaba indiscutible tanto en el caso de los Austrias, alemanes y españoles, como en el de los Borbones franceses. También los Estuardos ingleses eran partidarios de seguir esa línea, pero, a diferencia de lo que sucedía en las poderosas monarquías católicas, chocaron con una visión política muy diferente que deslegitimaba el Absolutismo. Los puritanos ingleses no dudaron en alzarse contra Carlos I no porque desearan implantar una utopía sino porque creían firmemente en derechos fundamentales como la libertad religiosa, la libertad de expresión, la propiedad privada y el derecho de representación política.

Si el rey limitaba cualquiera de esos derechos era obligación de cualquier ciudadano enfrentarse con él. Inicialmente, Carlos I, apoyado por los otros monarcas del continente, pudo imponerse a los parlamentarios ingleses e incluso derrotarlos en Edgehill, pero la situación no tardó en cambiar. Oliver Cromwell, un puritano que había estado a punto de emigrar a América en busca de libertad religiosa, creó un nuevo modelo de ejército y derrotó a las tropas regias vez tras vez hasta obtener la victoria decisiva de Naseby (1645).

Carlos I, reducido a cautividad, intentó, en un estilo que recuerda al del español Fernando VII, contemporizar con los puritanos a la vez que buscaba una intervención extranjera que aniquilara el parlamento. El intento le costó, literalmente, la cabeza. Tras ser sometido a juicio, fue decapitado. Durante los años siguientes, su hijo intentó regresar a Inglaterra, pero, vencido por Cromwell, no pudo conseguirlo hasta la muerte del dirigente puritano.

La Gloriosa Revolución

La restauración de Carlos II pretendió regresar al absolutismo e incluso en sus últimos momentos el monarca podría haberse convertido al catolicismo. Sin embargo, la Historia no iba a dar marcha atrás. Su sucesor, Jacobo II, fue derribado y la incruenta Gloriosa Revolución consagró de manera definitiva el sistema parlamentario y la monarquía constitucional. Ambas revoluciones puritanas –una de ellas concluida en regicidio– crearon poderosos anticuerpos en la monarquía inglesa. A diferencia de lo sucedido con los Borbones españoles – derrocados y restaurados una y otra vez–, los monarcas británicos han sabido desde hace siglos que un paso en falso puede acabar en el patíbulo. De esa manera, la monarquía ha ido expulsando de su seno a aquellos que podrían hacerla peligrar mientras semejante forma de Estado desaparecía de Francia, Italia, Austria, Rusia e incluso España. Así, mantuvo bajo control férreo a Jorge III, en el temor de que su locura pudiera significar la implantación de la república; creó la figura de Jack el Destripador para apartar las maledicencias que pudieran afectar a la corona; expulsó del trono al duque de Windsor no tanto porque se hubiera casado con una divorciada – ése fue el pretexto – sino por sus simpatías hacia Herr Hitler y, seguramente, no permitirá que el príncipe Carlos sea rey. Visto con la perspectiva del tiempo, da la sensación de que el cadalso puede ser un notable preceptor para una monarquía.