Cuba

El comunismo de Bob Esponja por Diego Mazón

La Razón
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Tuve un compañero en la carrera que era un comunista convencido y un magnífico vividor, lo que contribuía bastante a que la distancia ideológica fuera menos importante que la amistad forjada en el mus. Junto a él pasé interminables horas de discusiones al borde de una caña sin lograr convencerle de lo errado de su argumentario. Daba igual que yo citara a Stalin, Pol Pot, Mao, Tito o la RDA como ejemplos del desastre que supone el comunismo, porque la utopía seguía allí, imbuida de una revolución que ha acabado machaconamente en pobreza y muerte a lo largo de la historia. Ahí se mantenía hasta que fuimos a Cuba. Entonces se convenció por sí mismo. Castro le deshizo la utopía como se deshace de sus opositores. Pero la «conversión» de mi buen amigo no llegará nunca al alma revolucionaria de Sánchez Gordillo, apodado el «Bob Esponja» de Marinaleda por su juguetona dentadura. Él viajó a Venezuela en «business» y volvió igual de entregado a la causa, con su palestina al cuello y las piernas bien estiraditas, que en turista no hay manera.

Bajo el noble disfraz de «Robin Hood» del campo andaluz y el benigno escudo que le proporciona su aforamiento, ha decidido imponer su comunismo de la única manera posible, por la fuerza, delinquiendo (asaltar un supermercado no admite eufemismos), en la más delirante campaña de autobombo jamás diseñada. No hay en él ningún caritativo propósito. Ha elegido la semana informativamente más floja del año para su particular espectáculo, sabiendo que con el ánimo caldeado y sin más distracción que los Juegos Olímpicos muchos aplaudirían su vodevil. Un teatro pagado con los impuestos de todos en forma de subvención a su sindicato, que, por supuesto, no ha empleado en los pobres por los que tanto se preocupa. Así sí mola ser comunista.