Elecciones andaluzas

El otoño de Chaves

La Razón
La RazónLa Razón

Una vez fuimos a entrevistar al presidente Chaves, cuando reinaba entre palmeras y arbustos americanos en su jardín de la Casa Rosa; más propia su estampa de un manijero urgido a ponerse un traje al corte ante la llegada de los periodistas que de un político. Fue un par de años antes de que un Domingo de Ramos (el de 2009) a Zapatero se le ocurriera llevárselo al huerto de los Olivos de Madrid, donde a algunos la lealtad se la tiene prohibida el médico. Una vez desbrozada la entrevista, le preguntamos por su oratoria, esa que a su pesar le ha llevado a patentar un estereotipo chusco de lo andaluz: confuso, balbuciente, trabado, una macedonia de erratas con expresiones como el «Señor Gürtell» o la «Señora Per Cápita», para referirse a Teófila Martínez en el Parlamento. En ese punto, finiquitó la entrevista, se acabó el ambiente. «Esa pregunta me parece inapropiada, una pasada», dijo. En esos días, hace hoy cuatro años, el régimen del PSOE andaluz seguía siendo inexpugnable. Concebido como una red de intereses, generó una oligarquía de presuntos socialistas a la que sostenían las urnas de un universo rural, paniguado y conforme. Esa forma de hablar parecía ser lo único que escapaba del control de los hombres del presidente. A diferencia de Griñán, Chaves se sabía el manual y no le importó perpetuar un atraso secular si con ello blindaba al partido. Su familia: el PSOE, sacralizado por encima de ocho millones de ciudadanos.