Grecia
Víctimas de la crisis por José María Marco
Nicolas Sarkozy se presentó en 2007 como el presidente de todas las reformas: liberalización, apertura, dinamización, prosperidad… Una auténtica revolución que iba a cambiar Francia de arriba abajo. Cinco años después, la personalidad de Sarkozy no ha variado: sigue siendo el mismo gran personaje hiperactivo, voluntarioso, enérgico e insolente que siempre fue y que tantas enemistades (y tantas simpatías) suscitó. Las reformas, en cambio, apenas se han realizado. Sería injusto responsabilizar de este fracaso sólo a Sarkozy. Lo intentó, sin duda, y se estrelló. Consiguió subir la edad de jubilación de 60 a 62 años y liberalizar la fiscalidad de las horas trabajadas más allá de las 35 horas semanales… Ahí se acabó todo.
Cuando se dice que la victoria de François Hollande significa el fin de la austeridad, habrá que tener en cuenta que en Francia no hay ni ha habido austeridad. Ni siquiera hay un debate como el que se está produciendo en el resto de Europa, en particular en nuestro país. En consecuencia, los gastos del Estado han seguido creciendo hasta el 56 por ciento del PIB, la deuda llega al 90 por ciento y el número de funcionarios alcanza los 5,3 millones. Si ha habido victoria sobre la austeridad, ha sido en una guerra preventiva, antes de que nadie se atreva a tomar cualquier medida. La victoria de Hollande, en realidad, se ha basado sobre todo en dos expresiones clave en el nuevo argumentario socialista: la justicia (social, se entiende) y la igualdad. Se diría que hemos entrado, como también indica el discurso de Obama, en una nueva fase de la lucha de clases.
Otro de los factores clave en la victoria de Hollande ha sido el Frente Nacional de Marine Le Pen. Es un voto difícil de interpretar, pero es posible considerarlo una forma de expresar la frustración ante las reformas fracasadas de Sarkozy. Aunque el propio Sarkozy siempre dio importancia a la cuestión identitaria y nacional, él mismo subió el tono cuando vio que su política reformista estaba agotada. Es probable que los llamamientos al cierre de fronteras y contra la inmigración, acentuados en los últimos meses, tan sólo hayan servido para proporcionar oxígeno al Frente Nacional, que ha sabido aprovechar la ocasión.
En la gestión de la crisis, les toca ahora el turno a los socialistas. Como ha demostrado lo que acaba de ocurrir, la falta de reformas conduce a un callejón sin salida para el partido responsable. También conduce al aumento del voto de protesta, encauzado por partidos extremistas. Sale perdiendo el centro, la voluntad de proponer y llevar a cabo cambios graduales. Veremos lo que ocurre ahora con la vía socialista. Es de esperar que Grecia siga siendo la excepción y no el modelo de lo que viene.
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