Berlín
Péter Esterházy: «En las dictaduras el fútbol es la libertad»
El escritor húngaro publica «Sin arte», un relato biográfico mezclado con ficción, donde evoca la figura de la madre y su hipotética pasión por el fútbol y por Puskas
Desde que tengo veinte años escribo sobre todo tipo de intimidades y personas. Los escritores solemos trabajar con las intimidades. Lo cierto es que hablo de cosas que un "gentleman"jamás mencionaría, pero yo nunca he dicho que fuera un "gentleman"». Péter Esterházy es discreto, sincero y mordaz. Nació en la ciudad de Budapest en 1950 y encontró en la memoria familiar la materia literaria de sus libros. Diseccionó la figura paterna desde el filo de los recuerdos personales. En «Aurora celestial», un libro valiente y honesto, ensalzaba la figura paterna. Una obra que tuvo que corregir casi a renglón seguido con otro libro para enmendar errores cometidos por el desconocimiento y que tituló «Versión corregida». Una revelación de última hora, un descubrimiento imprevisto, había desenfocado la estampa del padre: la desclasificación de documentos le permitió saber que su progenitor había trabajado como confidente para la Policía comunista de su país. «Era una novela sobre mi padre. En la literatura mundial hay muchas novelas que tratan sobre mi padre –asegura, riéndose–, pero ésa es la que más se aproxima a quién era él».
Tiempo de silencioEl tiempo ha cambiado las tornas y ahora Esterházy no es el hijo, sino el padre, una situación que dibuja una mueca irónica en su rostro. «De una madre se aprende una historia hermosa, ¿De un padre...? Los padres están callados, pero de ese silencio en el que no se habla también se aprende. A mí no me gusta pensar qué puede aprender mi hijo de mi silencio. Espero que algo bueno. Sin embargo, de eso no puedo hablar con él».Maestro de ficciones y ocultamientos, Esterházy recurre ahora a la fantasía para recrear en «Sin arte» (Acantilado), una semblanza materna con más ficción que realidad y que no renuncia a que sea biográfica. Es el siguiente escalón familiar, que ha acometido con decisión. «Me encantaría que las personas creyesen que sigue viva, aunque murió en 1980; que pensaran que entendiera de fútbol (aunque se murió sin saber lo que era un fuera de juego), que conoció a los grandes futbolistas y que mantuvo una relación con Puskas, aunque jamás miró a ningún hombre excepto a mi padre». Una narración donde la imaginación y la realidad se trenzan y deshilvanan en unas páginas que cuenta con un invitado insospechado: el fútbol.–¿Por qué este deporte es importante en sociedades oprimidas?Esterházy es rotundo: «Cuando la vida no es normal, y en las dictaduras no existe una vida normal, hay que buscar un camino alternativo para escapar. Un mundo diferente porque la atmósfera es insoportable. El juego proporciona eso. En las dictaduras es relevante el fútbol porque tiene una relación con la libertad. Aunque es muy triste tener que huir». El escritor añade un matiz: «Pero, al menos, en las dictaduras puedes señalar a un culpable, en la democracia a quién vas a culpar. En la democracia hay pan y circo». Después matiza: «Este deporte funciona ahora como opio, como un instrumento para la corrupción, pero cuando lo veo, prefiero no pensar en eso. Sólo me centro en el campo, prefiero ser como los niños. En la actualidad, se ha convertido en una religión. En un sustitutivo. Ahí están las estrellas que adoramos, a las que respetamos como dioses, con su propio "merchandising". Tienen un papel sagrado. Los estadios son como un santuario. Pero en realidad están tapando un hueco».
Nuestra selvaEl muro de Berlín ha caído hace más de veinte años. Las cosas han cambiado en el centro y el Este de Europa y el escritor observa con calma esa lenta metamorfosis con escepticismo, resignación y alguna crítica: «Los países del Este no conocen su propia posición en el mundo. En la dictadura sabíamos cómo sobrevivir. En esa selva conocíamos dónde estábamos, cómo defendernos, cuándo hablar y cuándo permanecer callados. Ahora no lo sabemos. No conocíamos el poder del dinero. Cuando oíamos que en Occidente el amo era el dinero, decíamos, ojalá también lo fuera aquí. Desconocíamos que tuviera tanto poder, que nos atacaría como un animal salvaje. Ahora el mundo es algo ajeno, extraño para nosotros. Nos da miedo la situación. Nos sentimos amenazados. Todo ha ocurrido muy rápido. Veinte años es mucho y poco tiempo a la vez. Durante la dictadura, no culminamos las tareas sociales importantes, los deberes de autoconocimiento. Nos falta eso». El paisaje ha cambiado. Y en un mundo oprimido se han filtrado, con el viento de la democracia, la del crimen organizado. «Es como si estuvieramos en una película de EEUU de segunda categoría. Cuando escucho un disparo en la calle prefiero pensar que son fuegos artificiales, pero al día siguiente leo en la prensa que eran tiros. Es un hecho al que hay que acostumbrarse. La vida ahora no es algo agradable», comenta encogiendo los hombros.
El mito centroeuropeoEsterházy pertenece a una familia con raíces históricas. Cuando se le pregunta por la evolución de la cultura, no lo duda: «En las dictaduras la literatura es insana y casi desproporcionadamente importante. Es el lugar donde puedes hablar de la libertad perdida. En la democracia no perdimos la libertad, pero cuesta encontrarla. Ahora, los libros hablan de este problema. Ahora, la gente recurre a los periódicos para encontrar lo que antes hallaba en las novelas. Lo hace porque ahora le interesa ese medio. La literatura centroeuropea atraviesa la misma incertidumbre que la literatura a nivel mundial. Pero sigo pensando que parte de la historia se hace en la literatura».
Escritura sin terapiaEl novelista sonríe. Encuentra la paradoja divertida. ¿Ficción en la biografía? Sí. Y él demuestra que se puede. Lo explica: «Mi madre llevaba una vida agria, típica de los países del Este. Pero poseía una mirada descarada, felina, y unas piernas tan atractivas como las que aparecen en la cubierta de mi libro. Por qué no podía imaginar que hubiera tenido una relación con Puskas o con Di Stefano. Me lo puedo imaginar perfectamente». Y lo hace sin traicionar la memoria y el recuerdo. «No sé si se puede llegar a conocer a un padre o una madre. O el sentido de la vida. Son cosas sobre las que no pienso. Yo no escribo libros para conocerme a mí mismo o a mi padre. No tengo ninguna motivación psicológica en ese aspecto. No hay nada terapéutico en mi escritura y, si lo hay, no lo reconozco. Considero la escritura como un proceso de autoconocimiento del mundo. Cuando uso las palabras y edifico una obra con ellas, estoy recurriendo a lo que me ha dado la vida, desde mis enamoramientos hasta lo que me han dejado mis padres». Péter Esterházy, de una forma discreta, casi insinuándolo, más que comentándolo abiertamente, reconoce que sus límites no son de una índole pudorosa: «No tengo que sobrepasar ninguna frontera para escribir sobre intimidades, porque no existe ninguna frontera que pasar. Puede que sea un mecanismo de defensa de mi psicología, puede que sea como Gombrowicz y lo que escribió en los diarios que después publicó. Comenzaban diciendo: "Yo, yo, yo"».
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