Lenguaje
A la deriva
Escribir es una cuestión de método, de pequeñas liturgias y fórmulas que cada uno va creando a lo largo de su vida, y que terminan por convertirse en una suerte de cartografía que orienta cada palabra. No sabemos trabajar sin límites; va implícito en nuestra condición de humanos. Necesitamos de unos patrones que eviten la posibilidad del exceso, de una intervención brusca del arrebato que desbarate la cadencia, el tiempo, la métrica que, sin saber por qué, acabamos imponiendo a cada una de nuestras expresiones. Sólo nos sentimos libres en la ejecución de todas aquellas formas de comportamiento que estrangulan la manifestación espontánea de nuestras emociones, de nuestros estados fluctuantes. Lo que se denomina «creatividad» se limita a ser la gestión de ese mínimo margen de variación que existe en cada una de las leyes que, por supervivencia, hemos generado para nuestra conducta. Siempre comenzamos a escribir con una voluntad de ordenar nuestro mundo. Pero, en ocasiones, en muy contadas ocasiones, ese prinicipio, ese origen de la escritura no busca traducirse en ningún momento de orden ni de sentido. La primera palabra surge sin ningún objetivo claro, sin la necesidad de decir o comunicar nada: su justificación es la materialidad misma de la palabra, vaciada del rigor del discurso, de la regla del estilo personal. Se trata de escribir a la deriva, de dejar llevarse por el fluir del texto, por un proceso de crecimiento que es opaco para el propio autor. En la mayoría de las ocasiones, este «extravío» se ocasiona como consecuencia de un estado de extremo cansancio, que impide convertir la escritura es una labor de edificación de arquitecturas. La verticalidad fatiga, constituye un peso para el intelecto, que ya sólo busca sustituir el modelo «arquitectónico» por otro para cuya tipificación se podría utilizar la idea del «derrame». Derramar sin más, expulsar la palabra como si de una mancha se tratara, para, de esta manera, tornar la verticalidad asfixiante en una horizontalidad que ya no sufre por la idea del ascenso. En estos casos, se escribe por la simple razón de experimentar como se extiende la mancha de la expresión, como ese «derrame» informe, sin límites, crece sin ningún sentido predeterminado y con la única intención de ser la expresión fiel de una invalidez del ánimo que ha renunciado a cualquier acto de construcción, de fundación de un monumento dado.
*Consejero de Cultura y Turismo
✕
Accede a tu cuenta para comentar