Rodaje

Botellín y mitin

Con el formato habitual con el que los partidos nos han castigado desde la Transición, el mitin es un despliegue tan fatuo como la grabación de una película de romanos: depende del rugido de miles de figurantes para dar profundidad a las palabras del líder.

La Razón
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La palabra sólo tiene valor por la palabra, pero se insiste en el adorno. Un chiste de El Roto decía: «Creíamos que teníamos buenas ideas pero sólo eran los equipos de sonido». En estas nuevas películas de romanos del 22-M, la masa, los cristianos que huyen despavoridos como los votantes, son recreaciones virtuales. Tal obsolescencia, la del hombre corriente, la han detectado los cabezas de huevo y los contables de los partidos. El factor humano ya no necesita una cabaña lanar, un rebaño tan numeroso, porque para recrearnos ya están la televisión, los planos cortos y las redes virtuales. Esa gente estabulada y periférica que venía, aplaudía, prestaba su corazón y sus manos, comía un bocadillo, se alegraba con un botellín y se iba, ha perdido su valor de multitud. A los partidos les siguen interesando mucho las multitudes, no el individuo, pero éstas ya no están en la reservas de los pueblos. Las multitudes están enganchadas a las máquinas, a la televisión o a las tabletas, y los partidos acabarán dándole a éstas el botellín con el que antes premiaban al hombre que iba al mitin creyendo en no sé que ideas.