Bogotá
Un secuestrado sobrevive a la matanza de las FARC
Conmoción en Colombia por la ejecución de cuatro rehenes históricos a manos de la narcoguerrilla
Calle de la Soledad con Cuartel. Una conversación a gritos en un bar de mala muerte interrumpe el noticiero que escuchan con atención las apenas cuatro mesas con dueño. Un policía detiene sus quehaceres por las atestadas calles atrapadas entre los muros de la ciudad vieja de Cartagena de Indias. Se asoma con desidia por si las moscas y da fe de que nada ocurre más allá de lo habitual. Dos "pelaos"cerveza en mano mascullan insultos sin cesar con la vista fija en un televisor de un siglo atrás. "¡Va a volver Uribe. Va a volver Uribe!", brama el más joven de ellos. El jaleo atrae más y más curiosos a las puertas del tugurio. De repente, el presidente Santos aparece en pantalla para dar los detalles de los asesinatos del Caquetá. Alguien lo insulta y otro más vocifera "con este, estamos rendidos", oculto entre los cuerpos arracimados de la entrada.
Las voluptuosas presentadoras, de riguroso negro, prosiguen dando paso a más testimonios: los familiares de las víctimas, el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, y la madre, hija y hermana del sargento Erazo, secuestrado durante 12 años por unos desalmados y único superviviente de la matanza. Ya casi ningún parroquiano escucha lo que dicen. Cada cual ha comenzado a desatar su ira contra la narcoguerrilla de las FARC. Otro tipo, un limpiabotas que también quisiera ver a Uribe en la Casa de Nariño, apura el último trago y exclama puesto en pie: "Hay que lanzar a todo el Ejército de una vez contra esos delincuentes". La clientela lo jalea y se oyen voces que piden la cabeza del presidente. Otros, con el ardor de una sola cerveza, siguen sin comprender que los verdugos no escucharan las súplicas de esas cuatro familias con el alma quebrantada.
Hace apenas unas horas que el rehén más antiguo del mundo, el sargento Martínez, secuestrado por las FARC en 1997, y los uniformados Duarte y Hernández, capturados en 1998, un año antes que su compañero Moreno, han sido ejecutados de un tiro de gracia en la cabeza y en la espalda con los grilletes puestos. Sólo el sargento Erazo consiguió escapar del exterminio.
Cuando oyó los primeros disparos, el sargento de Policía Luis Alberto Erazo, secuestrado el 9 de diciembre de 1999 en Curillo (Caquetá) supo que sólo le salvaría correr sin mirar atrás. Sus compañeros de cautiverio durante tantos años estaban siendo ejecutados para evitar otra victoria del Ejército, acribillados para impedir su liberación. Erazo se internó en la selva y buscó el abrigo de la maleza. Tres sicarios de las FARC lo perseguían como alimañas sin descanso, lanzándole granadas que hirieron su cara y lo obligaron a esconderse durante todo el sábado. Sólo cuando escuchó las motosierras con las que los efectivos de la Fiscalía colombiana trataban de abrir camino para levantar los cuerpos de sus compañeros abatidos, el sargento salió de su escondite. Su hija, Gisela, sólo recuerda los ojos de su padre y que ella era su "adoración". "Papito, te adoro, te adoro, te adoro. Hoy es mi 16 cumpleaños y eres mi mejor regalo", repite la joven nada más conocer la noticia. Desde los cuatro años, cuando las FARC se lo arrebataron, no había visto a su padre.
Dos días antes de la fallida "Operación Júpiter", el presidente Santos abría por enésima vez las puertas del diálogo a la narcoguerrilla. El mensaje al nuevo comandante del cártel guerrillero, Rodrigo Londoño, alias "Timochenko", era una arriesgada oferta a quien se considera uno de los más sanguinarios miembros del Secretariado mafioso, responsable de la dantesca toma del Mitú y de varias purgas dentro de las FARC. "En el momento en que esos grupos se den cuenta de que por esa vía no van a llegar a ningún lado, que sólo van a encontrar una cárcel o una tumba, y den señales concretas para no volver a engañar al pueblo colombiano, el Estado no tendrá ningún problema en sentarse a buscar esas salida", dijo Santos ante los militares. La respuesta de "Timochenko"fue muy clara.
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