Castilla y León
OPINIÓN: A Abelardo de Vigo
De los profesores que uno ha tenido en la vida suele esperar lecciones después de clase, lecciones enseñadas no ya con la pasión de quien enseña sino con la humildad de quien sirve y ni se imagina lo que sirve ver al profesor a nuestro lado, convertido en amigo cuando más lo necesitamos.
Y si, como es aquí el caso, el profesor lo es de teología, ¿habrá mayor esperanza puesta en él que la de ver con nuestros ojos lo que en nuestros oídos ha dejado?
En punto a filosofía y teología siempre he pensado que las mejores lecciones se dan fuera de las aulas, en el silencio de una vida que no entendemos, llena de ruido pero vacía de palabras.
Y, si de teología moral se trata como profesor de esta materia que durante tantos años ha sido, ¿serán las mejores lecciones de moral las dedicadas a probar la existencia de normas morales objetivas? Yo personalmente no lo creo.
Si de algo necesita hoy la moral en todos los ámbitos de la vida es de estímulo antes que de claridad.
Si tanto nos cuesta distinguir el bien del mal es porque los que en nuestra sociedad deberían representar el bien público representan mejor sus intereses particulares.
Y no les va mal. Es más fácil hablar de Dios que dejarle a Dios hablar mientras nosotros callamos…y obramos, como enseña el místico de Fontiveros. Por eso, de entre los teólogos que uno sabe hoy de solvencia -no ya académica sino moral y vital- es hoy mi deber recordarte.
Deber de gratitud por ese rosario de cuentas que son las cosas que uno acaba sabiendo de otro cuando es amigo de sus amigos.
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