Marbella

Que detengan a Tarzán

La Razón
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Cuando sólo podíamos mantener esa última esperanza, cuando dábamos por perdidas todas nuestras ilusiones y tan sólo confiábamos en su heroica y milagrosa intervención, cuando ya sólo nos quedaba él, un juez desalmado y metomentodo ha venido a imputar a Bond, al mismísimo James Bond que nunca usaba tarjetas para hacer su presentación. Pensábamos que podría tratarse de ese típico chiste de los que empiezan por «se abre el telón y aparece 007 delante de un bloque de viviendas con un fajo de billetes en la mano», pero la verdad es que ya sabemos, a estas alturas, hasta cómo se llamaba esa película: «Corrupción en Marbella» y de momento, con actores principales y extras incluidos, no se salva ni el apuntador. Hay quien dice que nadie en su sano juicio podría dejar pasar una oportunidad como ésa, que ya puede uno ser superagente secreto o descendiente directo de todos los santos que cuando se presenta en la vida la posibilidad de levantarte rico y de acostarte muy, muy rico, nadie desperdicia semejante regalía del destino. Y eso es, al parecer, lo que le ha pasado a nuestro héroe Bond, James Bond, un hombre con suerte que fue a caer en el momento adecuado en ese lugar del mundo en el que, con el suficiente dinero y los contactos adecuados, cualquier tipo con pasaporte podía convertir un jardín botánico en un rascacielos o frotar la lámpara y pedir tres milagros al genio municipal. La trama ha sido siempre exactamente la misma y los decorados y escenarios naturales, también. ¿Cuánto es suficiente para que un rico pueda sentirse satisfecho? No lo sabemos a tenor de lo que vamos sabiendo con Marbella. Ni sabemos tampoco cuánto es demasiado, ni cuántos han querido tener tanto. A Connery le precede la Pantoja, que tampoco está necesitada, y a ellos les seguirán con seguridad otros para dar testimonio cabal de las pocas esperanzas que nos quedan frente a este inmenso lodazal de miseria y corrupción. El mundo, y esta Andalucía nuestra, se nos viene abajo no porque estemos en manos de corruptos, sino porque todos aquellos que venían matando a los malos y quienes han glosado a los héroes en sus canciones han cruzado la raya del otro lado. Como detengan a Tarzán, empezaría a entender a Plinio El Viejo por decir aquello de que una vez alguien cruzaba España por las ramas sin llegar a tocar el suelo. Fue ése, sin duda, nuestro primer especulador inmobiliario de Marbella.