Damasco
Y Siria
Lo he dicho y lo he escrito en multitud de ocasiones. Siria es un país de las mil y una noches. Cuenta con ciudades legendarias como Damasco o Alepo y, por añadidura, en su territorio se encuentran algunas de las construcciones más extraordinarias debidas a los cruzados.
Más que en Israel –Jerusalén incluida–, Siria da una idea de lo que significó el esfuerzo extraordinario de aquellos europeos trasterrados por mantener un poder político en Oriente Medio durante prácticamente dos siglos. Además, en Siria, las amas de casa siguen arrojando agua hirviendo por las cañerías con la intención de abrasar a los «jinns» y así evitar el influjo negativo, incluso mortal, que pueden tener sobre la familia, porque saben que esos seres procedentes del fuego suelen actuar de manera ineludiblemente maligna. Por si fuera poco, el califa no se pasea de incógnito por las calles, porque tanto él como su padre han contado con una eficacísima policía política que se lleva a la gente con una eficacia que ya hubieran deseado las Juntas militares de Chile y Argentina en sus momentos más siniestros. Tan asimilado está por la población que semejante comportamiento es normal que, por regla general, nadie denuncia lo sucedido ni intenta saber lo sucedido con el desdichado. Se guarda silencio en la convicción de que es lo mejor que se puede hacer. Para remate, el califa se ha embarcado en todas las aventuras repugnantes vividas en Oriente Medio desde hace más de medio siglo. Por supuesto, dio refugio a criminales de guerra nazis, alguno de los cuales concluyó sus días tranquilamente en Damasco. Por supuesto, ha combatido con encarnizamiento a Israel, bombardeando poblaciones civiles a sabiendas de que los muertos serían mujeres y niños. Por supuesto, ha dado cobijo al terrorismo de la peor especie. Por supuesto, ha convertido una parte del Líbano en un protectorado. Por supuesto, es una de las dictaduras más repugnantes que existen desde hace décadas. Hasta donde yo sé, ni Garzón ni tantos buscadores convulsos de sepulturas y fosas comunes han dicho nunca nada sobre las que deben cubrir el territorio de Siria de norte a sur y de este a oeste. Hasta donde yo sé, las fotografías de funcionarios, políticos y presuntos arabistas españoles abrazándose con Al-Asad superan en número – que ya es decir – a las disparadas al lado de Gadafi. Hasta donde yo sé, la progresía y los titiricejas nunca organizaron un «No a la guerra» para protestar contra la dictadura de Al-Asad, enemiga, a fin de cuentas, de Israel. Ahora –la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida– resulta que Al-Asad ha sacado los tanques a la calle y está asesinando a sus súbditos por centenares, igual que su papá hizo con millares. Por un momento, he temido que José Blanco hablara de que vamos a «liberar al pueblo sirio» y que Carme Chacón dijera que tenemos que derribar a Al-Asad. Pero no. Los que tanto protestaron a la hora de intervenir en Irak contra un dictador llamado Sadam Hussein a pesar de las resoluciones de la ONU que había violado y que luego se han empeñado en derrocar a Gadafi, ahora no dirán nada. Francia no ha ordenado a ZP intervenir porque, al menos de momento, no conviene a sus intereses neocoloniales, o sea que de esta guerra lo mismo nos libramos.
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