Ciclismo
Valverde con permiso del «cielo»
Triunfo épico, mientras Froome deja en evidencia a Wiggins
La imagen del Tour es la del vacío, la completa soledad. No hace falta ponerle palabras para explicar la agonía, lo que significa el desfondamiento, lo que aporta una victoria, o lo que habla de por sí la soledad. Hay un hueco, un espacio pequeño y momentáneo pero tremendamente revelador. Todo lo dice. ¡Click! Ahí está la foto. La de Chris Froome abriendo esos metros que hablan de la fortaleza suprema que es la suya, la que revela al hombre más poderoso del Tour soltando, casi por inercia, al líder, al suyo y al de toda la ronda gala, en pleno ascenso a Peyragudes. El mundo que se detiene en ese microsegundo en el que el keniata mira atrás, aleja su mano y la acerca. «¡Vamos, ven!», parece que quiere decirle a Wiggins. Pero las órdenes no las da él. «Wiggo», casi ahogado, en vías de expiación llega. Y Froome vuelve a atacar. ¡Click! La sumisión a un líder, la desesperación del que quiere y se ve capaz. Pero no puede.
Luego están esas otras, fantásticas y gráciles, plagadas de emoción contenidas en los píxeles mojados de lágrimas por la alegría de una victoria, la de Alejandro Valverde. Clase, instinto natural y pedigrí indiscutibles, únicas e irrepetibles. Lo llevaban cohibido este Tour de Francia los pinchazos, las caídas y hasta su propio nombre. Su insignia es de esas que en el cartel de las plazas de toros se pone a tamaño gigante. El maestro. El de las grandes tardes. Pero la primera semana de Tour, la de la resistencia a no irse al suelo, a no sufrir percances, le había minado la moral y hundido en la clasificación hasta hacerle casi anónimo. Casi. Porque aun fuera de aquella pelea estaba maniatado. «Si tú te metes en cualquier fuga, Alejandro no va a llegar a ningún lado», le reveló un día Richie Porte. Desesperado.
Se oyó en un punto entre Bagnéres de Luchon y los pies del Col de Menté, el primer puerto de la última etapa de montaña del Tour un grito de guerra. «¡Se van a enterar éstos hoy!». Lo decía en voz baja Alejandro y con la sonrisa dibujada en la cara. Siempre es así, una cara alegre ante la adversidad. De eso sabe mucho Alejandro. Fue iniciarse Menté, cuando Zubeldia comenzaba a sufrir, y Valverde dio el toque de corneta. A la guerra. Quería el murciano soldados dispuestos a entregarse por la causa. Su compañero Rui Costa, Kessiakoff, Egoi Martínez, Voeckler, Sandy Casar. Por eso cuando llegó Nibali en pleno descenso se enfadó. Fuera. Con el tercero de la general, el Sky desataría la tormenta para cazarles y entonces todo habría terminado. Nibali, en gesto caballeroso, agachó las orejas y frenó. Pero había jurado levantar los brazos sobre una meta del Tour. Por eso, al volver al pelotón, puso a sus gregarios a tirar. De nada sirvió, en parte porque después Nibali no tuvo fuerzas para atacar. Solo Froome las tiene. A Wiggins ha entregado este Tour y a Valverde, la etapa.
La última imagen, lejos de la sonrisa socarrona de «Sir» Wiggins al entrar en meta, fue la soledad de Haimar Zubeldia. En Peyragudes continuó con su sufrimiento y no logró aguantar con los mejores. Una tortura en soledad, pues ninguno de sus compañeros paró por él. Ni siquiera Klöden que, con un pinchazo, retomó el ritmo justo cuando el vasco pasaba a su lado. El alemán ni le miró. Esperpéntico.
El «Bala» siempre dispara a matar
2 de mayo de 2010. Primavera en Sión. El Tour de Romandía tocaba a su fin. Las vallas comenzaban a desmontarse y el camión del podio se recogía. Pat McQuaid, presidente de la Unión Ciclista Internacional, lanzaba un juramento en voz alta: «No volverá a ganar una carrera más». Se refería al ganador, claro. A Alejandro Valverde. Poco tardó, menos de un mes, en cumplir su promesa. McQuaid quería ver a Alejandro Valverde sancionado por la operación Puerto surgida en 2006. Cuatro años pelearon sin cesar hasta dejarle dos temporadas sin licencia. Creyeron, quizá, que Alejandro, aquel que voló sobre Courchevel en 2005 ganando a Armstrong, el que se vistió de amarillo también con victoria en Plumelec, el de la Vuelta 2009, las dos Lieja-Bastogne-Lieja y la plata en el Mundial, iba a claudicar, a abandonarlo todo. A retirarse ya. No podían estar más equivocados. Para Alejandro fue «una liberación» aquella sanción. Le alejó de los rumores y se dedicó a la familia, a la playa y, sobre todo, a entrenar. Jamás en sus dos años parado dejó de estar en una forma excelente. Así lo demostró en el Tour Down Under, primera carrera de su segunda era. Solo necesitó cuatro etapas para rodarse. A la quinta, venció. Como ayer en Peyragudes. El «Bala» sigue teniendo puntería para disparar a matar.
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