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Alegría por Serbia por Cástor Díaz Barrado
Es una buena noticia que Serbia sea considerado, oficialmente, un país candidato para su adhesión a la Unión Europea. Con ello, este Estado inicia el camino de las arduas y difíciles negociaciones que, en unos años, le deben llevar a ser un miembro más de la Unión y, de esta manera, formar parte del proceso de construcción europea. No caben dudas de que Serbia ha sido la gran perdedora de la última guerra de los Balcanes y que el nacionalismo exacerbado produjo su aislamiento tanto en Europa como en la escena internacional. Las consecuencias más negativas de la disgregación de Yugoslavia han sido soportadas, en buena parte, por los serbios tanto por los errores de sus gobernantes como por cierta insensibilidad internacional hacia alguna de sus reivindicaciones. Sin embargo, la moderación y, sobre todo, el pragmatismo que ahora imperan en el Gobierno y la sociedad de Serbia le traerán muy buenos resultados y ha llegado la hora de que este Estado tenga su oportunidad. ¿La mejor? Integrarse en la UE y diseñar una política exterior sin condiciones. La colaboración de las autoridades de Belgrado en la detención de Radovan Karadžic y Ratko Mladic y su puesta a disposición de la Justicia internacional han cerrado, por fin, una etapa en la política interior y exterior serbias y han puesto de relieve su compromiso en los procesos de pacificación y su voluntad de iniciar una etapa en la que primen los aspectos de la cooperación internacional. La comunidad internacional tendría que exigir un comportamiento similar en otros casos, pero, por lo menos, se constata que Serbia ha cumplido con sus obligaciones internacionales en el campo de la persecución de crímenes de guerra. El ingreso de este país en la Unión debería contar con facilidades y no se deberían imponer nuevas condiciones que prolonguen indebidamente su incorporación a la idea y realidad de Europa. Las consecuencias de la declaración unilateral de independencia de Kosovo no son conformes con el derecho internacional, por mucho que venga avalada por el Tribunal Internacional de Justicia y, en todo caso, no puede condicionar las alianzas de Serbia. La reivindicación de la integridad territorial no puede ser un inconveniente en las relaciones internacionales ni perjudicar a quienes la defienden por medios pacíficos. Nadie quiere recordar el origen y las razones de la escisión del territorio kosovar, más allá de las cuestiones humanitarias, ciertamente presentes. Las autoridades de Belgrado y Pristina deberían llegar a acuerdos y resolver la cuestión de Kosovo creando una situación de estabilidad permanente. La voluntad de adhesión de Serbia a la UE ayudará a ello. Pero el reconocimiento de Kosovo por parte de muchos estados no debe ser, en particular, un obstáculo al ingreso de Serbia en el seno de la Unión. Serbia inicia una nueva etapa en la concordia internacional que debe culminar. En ningún caso, Serbia debe pagar las consecuencias de los errores de otros.
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