España
Regreso a los años treinta
Hace apenas unas horas el Gobierno griego –empeñado en convocar un referéndum sobre las medidas de austeridad– ha destituido a su cúpula militar en pleno. La noticia no rebasaría el terreno de lo pintoresco de no ser por una reunión que, en junio del año pasado, mantuvo Durao Barroso con los sindicatos europeos. El portugués veía tan perentoria la necesidad de adoptar medidas de austeridad y de que éstas recibieran el respaldo de los sindicatos que informó a los presentes de que la UE no se enfrentaba tan sólo a un problema económico. A decir verdad, o se cumplía a rajatabla el plan de reajustes o habría democracias de la UE que acabarían convirtiéndose, probablemente, en dictaduras militares. Durao Barroso mencionó incluso expresamente a Grecia, España y Portugal. El contenido del encuentro fue revelado por John Monks, antiguo presidente de los sindicatos de la UE. Monks estaba hondamente preocupado –con razón– y reveló a diversos medios que Barroso había señalado que podíamos regresar a los años treinta. La gravedad de la situación no fue comunicada por Toxo ni Méndez a los trabajadores españoles, algo que tiene cierta lógica si tenemos en cuenta que la aplastante mayoría no está afiliada a sus sindicatos y que además ellos son grandes defensores de medidas que sólo sirven para aumentar el número de parados. Por añadidura, durante este tiempo han continuado exudando demagogia. Y entonces Yorgos Papandréu ha anunciado un referéndum en Grecia y el pánico se ha apoderado de las cancillerías europeas y, de manera bien reveladora, la cúpula militar griega ha sido destituida en bloque. Todo encaja. Desde hace décadas, en algunas naciones, la demagogia ha ido corroyendo la salud de las democracias. Por un lado, la izquierda ha perpetrado una demagogia desvergonzada inventando derechos inexistentes, gastando a manos llenas para mantener innumerables y bochornosos pesebres y evitando que los ciudadanos sepan el coste de lo que reciben. Por otro, la derecha, en general acomplejada, no se ha atrevido a decir la verdad al pueblo, sumándose no pocas veces al despilfarro disparatado y considerándose incapaz de vencer la demagogia. El resultado ha sido que millones de votantes en naciones sin tradición democrática han ido desarrollando una práctica de la democracia infantil, inmadura y, trágicamente, peligrosa. Ante la obligación perentoria de tener que llevar a cabo recortes indispensables y la ineludible necesidad de enfrentarse con una crisis gravísima, buena parte de los votantes de esas naciones podrían optar por el peor camino porque ni han sido educados ni tampoco cuentan con hábitos democráticos. No otro es el caso de Grecia y, precisamente por ello, la simple idea de que un pueblo macerado en la demagogia tenga que decidir en referéndum algo de relevancia ha sembrado la angustia en el seno de la UE. Ahora sabemos que, en las más altas esferas de la UE, de naciones como Grecia, como Portugal o como España se espera no que respondan con madurez sino que, como máximo, sus políticos no pierdan la cordura. Y es que la crisis es de tal gravedad que existe una convicción apenas oculta sobre la fragilidad de nuestros sistemas democráticos. Dios quiera que yerren porque qué triste sería que, después de todo lo que ha sufrido este pueblo durante generaciones, ahora se viera abocado a regresar a los años treinta.
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