Hamás
Carta desde Jerusalén
En la Colina de las Municiones, en Jerusalén, jóvenes con uniforme militar visitan las trincheras jordanas de la guerra del 67. Allí murieron, según me cuenta un uruguayo llegado hace 25 años a Israel, muchos compatriotas de nombres y procedencias diversas. Ahora, chicos y chicas van con su armamento al hombro con el mismo descuido con el que llevarían una mochila escolar. Juegan, bromean, gritan, y ríen. Ellas, incluso llevan chanclas y hablan con sigilo por los móviles. Hay algo de utopía en todo esto: una tierra soñada y luego conquistada. Ése debe ser el pueblo en armas napoleónico, por lo que Israel puede que sea el último estado en plena construcción (interruptus) del siglo XX, de ahí que en algún momento tenga que enseñar las tripas. Eso forma parte de la instrucción militar: mirar las fotografías y las fichas de los que murieron en aquella guerra, que hoy explica todo lo que sucede en Oriente Ptróximo, en unos paneles giratorios y chirriantes de metal. Hay, entre los muertos, un español, me dicen para que entienda de qué está hecho este país que linda con el mar y el desierto –en todos los sentidos– al este. Allí está su fotografía y sus datos biográficos. Se trata de Avraham Morli, nacido en Melilla en 1945 y muerto el 5 de junio de 1967, con 22 años. Su aspecto es el de cualquier hombre normal muerto en el anonimato de las guerras. Eran, también, otros tiempos. Ese es el riesgo.
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