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Deportes

El bronce de Valverde lleno de espinas

Freire, décimo, atacó después de llegar a la meta: «Me he visto solo»

Hagen (plata), Gilbert (oro) y Valverde (bronce) larazon

Madrid- Cuando Alejandro Valverde se sentó a las puertas de la sala de prensa, medalla de bronce colgando del pecho, dobló las piernas y no notó el cansancio. «Hombre, como todos, pero tampoco tanto». Después de 269 kilómetros aún le sobraba energía. Indicativo. Valverde se pasó el último kilómetro y medio con el cuello girado hacia atrás. Perseveraba en la confianza de ver aparecer a lo lejos la figura de Freire. Esperó y esperó mientras Gilbert, «como una moto», se lanzaba a por el oro. Y siguió demorando un cambio de ritmo que podría haberle llevado allá arriba, al arcoíris que se llevó el belga. Quién sabe. Aquello no sucedió. Aquello no se sabrá ya jamás.

Consumado el hachazo de Gilbert, un azote criminal en la parte más dura del Cauberg, EdvaldBoasson Hagen y Kolobnev trataron de amarrar su rueda. También Valverde. España, que hasta entonces había rozado la perfección, desapareció. El equipo, unido y aguerrido los primeros 200 kilómetros. Lección de maestría, poderío y superioridad, pero, sobre todo, de inteligencia en el manejo de la carrera con Pablo Lastras en la primera fuga, la arrancada de Flecha a las órdenes de Contador, «porque si no íbamos a llegar todos al sprint», dijo el pinteño, y sus cambios de ritmo, a los que medio pelotón estaba atento por el miedo que su sola figura trasmite. Una ópera prima de los hombres de José Luis de Santos a la que dio continuidad Samuel Sánchez al pasar por última vez el Bemelerberg, donde se dejó el alma tirando de los supervivientes.

Después le volvió a tocar el turno a Contador, que tensó mientras «Purito», Dani Moreno, Freire y Valverde se mantenían unidos al pie del decisivo Cauberg. Y allí, de repente, España se diluyó. Por instantes, la unión y el dominio se desvanecieron. Italia, con Paolini, y Bélgica, con Leukemans, quemaron sus últimas naves, el prólogo de un guión escrito: un ataque loco, de esos preciosos para la televisión que levanta al público, a cargo de Nibali y la medida perfecta tomada por Gilbert para dejarle en la estacada.

Saltó Boasson Hagen, salió Kolobnev, y también Alejandro Valverde, que iba con la cabeza girada, esperando a Freire, era la orden. Y nada. No lo vio aparecer cuando se asomó al balcón del Cauberg. La arrancada que le quedaba la usó para ser tercero. ¿Qué hacer? «¿Le dejamos solo? Gilbert estaba lejísimos, ni tirando lo hubiésemos cogido». Dudó Valverde. «Quizá por eso ha perdido el oro», se lamenta «Purito», que en un frenazo perdió la colocación pero que, sabio y sin tapujos, como es él, adivina que «en un mano a mano con Gilbert no podría haber ganado. Pero quizás ‘‘El Bala'' sí». Quién lo sabe.

Freire, décimo en su última pedalada, no se guardó los reproches el día de su despedida. «Ninguno de mis compañeros ha estado conmigo, me he visto completamente solo. No se ha cumplido con lo que se ha dicho, no se ha corrido bien», protestaba.

Lo que Freire no sabe, porque no lo vio, fue la espera demorada, quizá excesiva, por no gestar una traición a la vista del mundo de Alejandro Valverde. «Es que, en el sprint del grupo, ¿él qué ha hecho?». Séptimo fue en esa «volata» Freire. Con aquello, aseveración de que actuó correctamente, arrugas y tristeza, giró también la mirada, después, al abandonar sus piernas al descanso que les va a regalar a partir de ahora. Se acabaron las torturas, se acabaron las traiciones. El genio se oculta ya por siempre en su lámpara.

 

La obligación de Gilbert
Para Philippe Gilbert, ganar el Mundial era una obligación desde hace años. Mendrisio, en 2009; Geelong, 2010… Los últimos años siempre ha corrido como máximo favorito y acababa decepcionando. Hasta ahora. En una temporada tan dura para él como ha sido la de 2012, en la que, después de ganar las tres clásicas de las Árdenas –Amstel, Flecha y Lieja– nunca encontró su golpe de pedal, se presentó en la Vuelta con dos días señalados para probarse, Montjuïc y Segovia. En ambos ganó. «Ha sido una lucha contra mí mismo todo el año», confesó. «Y he podido liberarme». Al fin tiene «su» Mundial.
 

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