Atenas
Luchando en Salamina
Corría el año 490 a. D. C. cuando los atenienses lograron derrotar al temible ejército persa en la batalla de Maratón. El gran Darío, rey de Persia, se replegó hacia el Asia Menor. Murió sin poder lanzar una segunda gran ofensiva contra Grecia. Su hijo Jerjes se ocupó de continuar la tarea una década después de Maratón. Durante años, planeó la invasión. Construyó puentes, abrió canales, diseñó rutas, fabricó barcos… Erigió un trono desde el que contemplar la carnicería. En el desfiladero de las Termópilas, entre la Tesalia y el Ática, el rey Leónidas de Esparta y sus hombres ocasionaron serios trastornos al emperador persa: detuvieron a su ejército y le provocaron pérdidas incalculables pese a que, finalmente, su inferioridad numérica les hizo sucumbir. Murieron; las aguas que lamían la quebrada se tiñeron con la sangre de los espartanos. Si bien, antes de expirar, lograron enfurecer al gran Jerjes quien, entre aullidos de rabia, comprendería sin duda qué distinta es Europa de Asia. Cuando entró en Ática, el Rey de Naciones, el Rey del Mundo, añoraría las llanuras tranquilas del Oriente Medio. Su destino no fue tan triunfal como él preveía: los atenienses no se dejaron vencer por la armada persa; apremiaron a los demás griegos al combate. Inexpertos nautas, sencillos ciudadanos de una democracia, hicieron frente a los guerreros imponentes de Fenicia y Egipto que Persia les había lanzado como una plaga. Jerjes se vengó asaltando y quemando Atenas, si bien, como dijo Esquilo, Atenas fue arrasada pero «sus hombres quedaron». Y continuarían dando batalla en Platea. Aunque Jerjes quisiera escarmentar a los atenienses por sus «injerencias» (los atenienses eran una especie de entrometidos «norteamericanos» de la Antigüedad), fue lentamente expulsado de nuevo a Asia por la alianza de las polis griegas, que lo mantuvieron al otro lado de la frontera con Europa. Así se iba gestando Occidente… De Grecia a Roma. De Pericles a Montaigne. Del Cristianismo al Renacimiento. De Cicerón a De Tocqueville.
Victor Davis Hanson en «Guerra. El origen de todo» (Ed. Turner) escribe que «Tucídides era libre de criticar a su polis natal griega; los escribas persas que narraron la gesta de Darío en las murallas de Persépolis, no». Ésa era, y sigue siendo, la única, la gran diferencia entre el mundo del que procedía Ben Laden y el mundo occidental.
El mismo autor asegura que «no tenemos la más mínima afinidad cultural con los talibanes o los saudíes. En Grecia los agricultores eran dueños de sus tierras, votaban y formaban la milicia de las polis; esto no ocurría ni en Persia ni en Egipto. El rey Jerjes se sentó en su trono en Salamina e hizo un registro de sus súbditos valientes y cobardes… El general espartano Euribíades, y Temístocles, debatieron la conveniencia de luchar, condujeron ellos mismos a sus soldados a la batalla y escucharon a sus remeros gritar por la libertad mientras embestían al enemigo».
…Dos mil quinientos años después, seguimos igual: luchando en Salamina.
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