Sevilla
Banderas y Almodóvar a punto de rodar su película por JESÚS MARIÑAS
Prosigue el jolgorio post-Obama, una especie de «levántate y anda» para Marbella y aledaños. Anteayer reinauguraron –¡por fin!– el histórico Los Monteros, vecino a la casa de Antonio Banderas, que el 22, en Santiago, vuelve a los brazos de Almodóvar con un «thriller» cuyo cásting se hizo en Vigo, Compostela y La Coruña. Pedro aprovechará el tirón del Año Santo para aderezar su gentío pío. Habrá que ver mientras a la capital costasoleña hacer balance no siempre positivo, aunque la publicidad esté fuera de toda duda. Para algunos todavía resulta incomprensible que la primera dama de EE UU escogiera Marbella en vez de Sevilla, a fin de cuentas no se dio un solo baño. Y eso que habían limpiado la playa Costalita hasta dejarla como los chorros del oro o pasada por Fairy. Superaría la prueba del algodón porque tres días antes habían semiescondido las alcantarillas que desembocan allí. Lo sé bien porque hace algunos años padecí las próximas al hotel Atalaya, muy cerca de donde viven Curro Romero y Carmen Tello. De forma grotesca y berlanguiana digna del Mr. Marshall escondieron lo deleznable de aquella zona. E igualico hicieron, más gag fílmico para la antología, con el camino semicarretera que desde la levantada A-7 conduce al imponente Villa Padierna –siempre fue sólo un apellido ahora troceado por el impacto publicitario, cosas veredes–: deprisa y corriendo la ensancharon, remendaron e hicieron transitable a fin de quitarle baches, tropezones y mala estampa indigna de un lugar privilegiado. Dejando a un lado la transitada y curvosa A-7 ahora levantada, llena de barreras peligrosas y sin plazo de terminación. Hábiles y advertidos a Michelle le evitaban esta especie de antiestética montaña rusa. Tampoco la pasearon por Puerto Banús para ahorrarle no la concentración de yates de superlujo, sino el menos brillante conjunto de ofertas sexuales a 150 euros servicio.
El hotel lleva marca comercial de Marbella, aunque situado en Benahavis. «¿Y cómo es él?», me preguntan tras mi rápido paso por el feudo de Ricardo Arranz, alojamienmto que hasta ahora no parecía ir muy allá. El edificio es suntuoso, pero no cautiva, al menos por lo que ví. Sus pretensiones grandiosas están, o tal me pareció, entre Las Vegas y Marina D'Or, y así lo dije: «Ya. Pero ese aire toscano tan logrado ¿qué?», contrapusieron. Para eso prefiero escaparme a Lucca, Siena, o alguno de los pueblos del entorno florentino. Salí pensando en «La caída del Imperio romano».
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