Sevilla

Murillo el protegido

El Museo del Prado muestra un conjunto de obras que realizó bajo el mecenazgo de su amigo Justino de Neve

Murillo el protegido
Murillo el protegidolarazon

Madrid- El mecenazgo ha sido el abrigo de muchos artistas, la sombra que ha cobijado a multitud de maestros en siglos anteriores. La inspiración necesita talento, pero también tiempo y, antes, en aquella centuria de decadencias militares y políticas, el tiempo sólo lo podía comprar el dinero. Bartolomé Murillo recibió la protección de Justino de Neve, canónigo de la catedral de Sevilla. Lo que comenzó como una relación profesional pronto derivó en una amistad que germinaría en una serie de encargos artísticos que contribuirían a la magnificencia de Sevilla como capital artística y, también, a la leyenda de un creador que afrontaría, en esta nueva etapa, algunos de los retos más importantes y personales de su trayectoria. El Museo del Prado exhibe un conjunto de cuadros de esta etapa que revela a un Murillo diferente, alejado del naturalismo que le aproximó a ese género de chavales pícaros que le ha dado tanta fama («Niños jugando a los dados», por ejemplo) o de ese perjudicial marchamo de creador de diversas iconografías religiosas, como aquellas inmaculadas que todavía recuerda la conciencia colectiva. «Si la exposición de Rafael es una producción operística, la de Murillo es una suite», comentó Zugaza, director del museo. Para él, «Neve fue para Murillo lo que Felipe IV para Velázquez, ya que le permitió alcanzar algunos de los mejores cuadros».

Grandes dimensiones
La pinacoteca recupera para esta muestra a un artista ambicioso que corrige esa visión empobrecida por los tópicos. Aquí aparece un Murillo entregado a su oficio que trasciende el lienzo normal y se atreve con superficies más amplias, grandes, de dimensiones superiores, de cuatro y cinco metros, como «El sueño del patricio» y «El patricio revelando su sueños al Papa Liberio», dos lunetos que proyectó para Santa María la Blanca y que se exhiben junto a otras de este conjunto: «El triunfo de la Eucaristía» y «El triunfo de la Inmaculada Concepción». Gabriele Finaldi, director adjunto de conservación de El Prado, ha apostado –esta exposición era un antiguo sueño que las vicisitudes habían demorado– por un recorrido corto, pero que enseña las diferentes habilidades de ese Murillo último. Aquí hay un creador que se atreve con la pintura religiosa –la predominante en su carrera, en la que se enmarcan «San Juan Bautista niño», procedente de la National Gallery, o ese anciano tan terrenal de «San Pedro penitente»–, pero también el retrato y la alegoría («Verano. Joven con cesta de frutas» y «Primavera. La florista», que precisamente pertenecían a la colección particular de Justino de Neve, que llegó a reunir 160 pinturas). Murillo amplía la paleta en esta época y utiliza no sólo azules y blancos, sino también colores cálidos, veladuras dificultosas y, por supuesto, se entretiene en esos hom- bres de piel terrosa que añaden el contrapunto realista en las composiciones sagradas, que dan peso y materialiamo a la liviandad de las vírgenes. Junto a las obras más grandes del maestro, El Prado expone la más pequeña que realizó –un cobre ovalado de apenas 6 centímetros dibujado por los dos lados– y tres piezas que realizó sobre obsidiana.


El detalle
UN JUEGO COMPLICADO

Fue, junto al autorretrato de Velázquez en «Las Meninas», el más conocido. El artista se pinta en un cuadro que está dentro de un cuadro (en la imagen inferior). Un juego que se complica cuando saca la mano del marco. Entonces la obra adquiere toda su complejidad.


- Cuándo: del 26 de junio al 30 de septiembre.
- Dónde: Museo del Prado. Madrid
- Cúanto: 12 euros.