Libia

Malas pulgas

La Razón
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Se despierta una y se da cuenta enseguida de que tiene un día cenizo. Y éste es uno de ellos. Se levanta y se percata de que casi no ha pegado ojo y el que ha pegado hubiera sido mejor abrirlo, porque lo que ha conseguido únicamente es soñar con ese hijo de perra que cuelga en su blog las torturas a las que somete a un cachorro.

Se despierta una y ve que muchos ciudadanos se preguntan, a través de la Red, cómo es posible que la Prensa haya dejado de informar sobre esta escoria humana de tipejo y, de pronto, caes en la cuenta de que ya no entiendes nada. Mientras tú te empeñas en que esta bazofia de tipo no tenga ni una línea para pavonearse de sus atentados, resulta que la gente pide información. Difícil negocio éste.

Se levanta una un día, así, pensando en ese psicópata, y ve cómo algunos de sus compañeros piden más penas para el maltrato animal. Comprueba también cómo, inmediatamente, algunos lectores les afean que, con la que está cayendo en Libia, estén con estas tontunas. Hoy no es tu día, te dices para tus adentros. Hoy resulta que no das una, y de pronto, pasas la página del periódico. Dos mujeres muertas más. Dos más, en una lista interminable y que parece que no tiene fin. Tampoco esto provoca opiniones comunes. Los hay que suponen que no se consigue otra cosa que un efecto multiplicador. Que no se deben dar detalles de cómo fue el asesinato, de que no tenemos que contar que la hija de cinco años de una de ellas la descubrió y tuvo que irse sola al colegio. Que no está bien reflejar que el compañero de la segunda bajó a comprar un cupón para celebrar no se sabe muy bien qué logro. Otros se empeñan en que no cabe en sus informativos, porque no es más que el reflejo de que, el más fuerte, siempre quiere estar por encima del débil, se trate de un hombre y su mujer o de dos tortugas de agua.

Ahora, el Gobierno está dispuesto a que las víctimas de violencia de género puedan jubilarse a los sesenta y un años y a una le parece una broma de pésimo gusto mientras enterramos a otras dos. Quizá esas mujeres prefieran vivir, simplemente, o quizá quieran elegir por sí mismas cuándo dejan de currar. Ya basta de inversiones para que sus verdugos vean la luz. No hay salida para ellos. Y quién lo probó, lo sabe. Estoy ceniza, ya digo. Vaya día.