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Julio Iglesias Aznar

La Razón
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A mí lo que dicen la mayoría de los políticos que hablan en serio francamente me trae sin cuidado. Por lo general hay en los avatares de la vida cotidiana inclemencias bastante más interesantes de las que ocuparse. Muchas veces los españoles abominamos de nosotros mismos porque nos consideramos una carga para el país, aunque hay que reconocer que vivimos en un territorio muy afortunado en el que la vida resulta agradable a pesar de lo mucho que interferimos en ella. Tenemos una productividad muy baja, casi cinco millones de parados, y a pesar de todo, una tasa de humoristas muy por encima de la media europea. También somos lo bastante listos como para seguir adelante a pesar de que cuando una cosa nos sale mal sólo nos esforzamos lo necesario para empeorarla. Ni que decir tiene que en España lo que los ciudadanos esperamos de nuestros gobernantes es que cuando salgan de La Moncloa tengan al menos la decencia de despegar los chicles de las mesas y tirar de la cisterna del retrete. Lo malo es cuando ventilan nuestras miserias en el extranjero, como acaba de hacer José María Aznar, que dijo cuatro tonterías de las que tal vez no le pasemos factura porque con su mediocre dominio del inglés probablemente le entendieron lo contrario de lo que quiso decir, como le ocurría a Julio Iglesias al principio, cuando al grabar un disco en inglés todo el mundo se daba cuenta de lo mal que cantaba en español por culpa de su dentista. Es triste que el ex presidente Aznar haya hecho un elogio del miserable Gadafi en un momento en el que incluso vomitarían sus rasgos los gusanos que se comiesen el rostro del criminal dirigente libio. Yo quiero pensar que el señor Aznar no quiso decir lo que dijo, pero, coño, para eso habría sido mejor que intentase decir lo contrario de lo que todo el mundo le entendió. Tampoco dudo de su buena fe para apoyar lejos de nosotros la imagen de una España apetecible para los inversores extranjeros, aunque también sospecho que el señor Aznar sufre de esa soberbia que a los presidentes suele quedarles como subproducto de su paso por Moncloa. No soy devoto del presidente Zapatero, ni enemigo del ex presidente Aznar, de modo que mi opinión es lo bastante gratuita como para resultar decente. Por eso me atrevo a decir que lo terrible no es que nuestros políticos pierdan la dignidad, sino que no pierdan al mismo tiempo el habla.