Bruselas

La salvación social-demócrata

La Razón
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Me consta que existe toda una mentalidad que demoniza en bloque y por sistema al adversario político. Si se sitúa en la izquierda, considera que la derecha debería desaparecer por completo ya que no deja de ser un fenómeno patológico –«tontos de los cojones» diría cierto alcalde socialista– el que cualquiera la vote. Si está en la derecha, sueña con la desaparición de la izquierda como una enfermedad capaz sólo de ocasionar desgracias y males. En ambos casos, a ninguno parece que se le ocurra que un espectro político escorado tan sólo en una de las direcciones implicaría la consagración de una forma de dictadura más o menos suave, o si se le pasa por la imaginación encuentra tal posibilidad deliciosa. Esta forma de pensar es, por añadidura, muy propia de España donde tanto la izquierda como la derecha han vivido siglos aferradas a la idea de una sola verdad cuya negación era merecedora del ostracismo si es que no de la muerte. En momentos de crisis como los que vivimos, por tanto, los juicios sensatos suelen brillar por su ausencia. Sin embargo, hay excepciones y una de ellas la representa José Félix Tezanos, un socialista histórico, siempre muy cercano a Alfonso Guerra y dotado de una capacidad de análisis que supera con mucho a la del Gobierno de ZP. Hace unos días, Tezanos ha abogado por una política realista de los partidos socialdemócratas que les permita sortear la actual crisis y, a la vez, no enfrentarse con sus bases tradicionales y verse triturados. Para alcanzar esa meta, Tezanos plantea aceptar la formación de coaliciones que puedan resultar extrañas para un votante medio de izquierdas, pero que lograrían que la carga de las reformas para enfrentarse con la crisis se repartiera entre las distintas fuerzas políticas. El enfoque de Tezanos me parece, con todos los matices que se deseen, digno de tener en consideración y me lo parece porque creo que con la tensión que ha creado ZP incluso desde antes de llegar al poder no existe actualmente un solo partido que pueda realizar las reformas con posibilidades de éxito. En el caso del PSOE, sus sectores más radicales lo impedirían y en el caso del PP tendríamos a unos sindicatos nada representativos, pero sí agresivos entregados al vandalismo para protestar contra unos pasos legales indispensables para que la nación no termine en la quiebra. Por añadidura, la clave de las reformas reside no tanto en los denominados recortes sociales como, según Bruselas, en nuestro absurdo sistema autonómico. Un Gobierno de coalición PP-PSOE, formado por técnicos, dispuesto a abordar reformas como las de las cajas de ahorros o el mercado de trabajo y, sobre todo, entregado a cara de perro a dejar reducido el estado de las autonomías a su expresión racional –que no es la presente– puede sacarnos de esa situación. Obviamente, esas reformas implicarían el enfrentamiento con los nacionalistas y con las castas regionales de los partidos, pero esos pasos son indispensables si se pretende que no acabemos en suspensión de pagos antes del verano y que todo se desplome. Con un Gobierno presidido por ZP o con Rajoy atenazado por el miedo a una respuesta de la izquierda más radical lo único que nos espera es la quiebra económica y el final del presente sistema constitucional.