Ginebra: modelo de perfección suiza

Cosmopolita y ordenada, pasear por la ciudad de Ginebra es uno de los grandes placeres que debe poner en práctica el viajero. Los Alpes nevados como telón de fondo invitan a ello de forma reiterada. Lo comprobarán dejándose llevar por la ribera del Ródano, que la divide en dos mitades casi iguales. O disfrutando del aire puro y los senderos tortuosos de su Jardín Anglais. El parque de la Grange es otra buena opción para quienes busquen naturaleza urbana con encanto. Le sorprenderán también los ajedreces gigantescos que decoran el parque de los Bastiones. Sus piezas tienen el tamaño de un niño pequeño.
El lago Lemán, famoso por su Jet d'Eau –una fuente de agua a presión que alcanza una altura de 140 metros–, es el mejor punto de partida. En su orilla derecha se concentran hoteles, restaurantes, castillos y lujosas residencias, mientras que sobre la izquierda se localiza su casco viejo y sus principales edificios históricos: entre ellos, la catedral románica de San Pedro (siglo X), el Ayuntamiento, la universidad, la plaza du Bourgde-Four (la más antigua de la ciudad), así como su zona comercial. Suban a la torre de la vieja catedral a contemplar su panorámica (merece la pena el esfuerzo de sus casi 160 escalones) y recorran la Grand Rue, allí nació Jean-Jacques Rousseau y es una de las calles mejor conservadas.
Sólo queda rendir homenaje a su alma internacional con dos visitas singulares: el Palacio de las Naciones Unidas y el Museo Internacional de la Cruz Roja, el único dedicado a la historia y labor de esta organización ginebrina. Sepan que cuando crucen el portón enrejado de la sede europea de la ONU dejarán Suiza para pisar territorio internacional. Otra parada obligada es el Museo Internacional de l'horlogerie, dedicado al mundo de los relojes, un arte y casi una religión en Suiza.
 

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