Literatura

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El olvido

La Razón
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Quería escribir hoy sobre lo Tonetti que quedó ZP delante de Berlusconi, que le volvió a demostrar que el payaso que triunfa y encima se lo lleva calentito es italiano y el pagafantas es español. Quería escribir que cuando Cándido Méndez salió cagándose en el pacto social, parecía un ewok grande y sudoroso en la puerta de su casa-árbol. Pero no esta vez, porque en uno de los cruces que callejean hasta la Plaza de las Flores, vi a un tipo de unos setenta años forcejeando con su cuidadora ecuatoriana. No quería entrar en su propia casa y miraba hacia los tejados, intentando reconocer el lugar donde se había perdido. Aquél hombre abría la boca como un pájaro mudo, porque no encontraba unas palabras que explicaran aquello tan raro que le estaba pasando. Tampoco se acordaba de las palabras, ni de los nombres, así que abría mucho los ojos, como si la retina guardara todavía alguna respuesta. Entonces salió el de la tienda, el de la cervecería y un par de vecinas se asomaron a la ventana. Pero el hombre no entraba en su casa ni a tiros. No se acordaba de que aquella era su calle, su barrio, ése su tendero y aquél el dueño del bareto donde siempre terminaba tomándose un par de cañas con un buen trozo de pastel de carne. La enfermedad del extravío lo mantenía con la carne viva y la memoria en blanco. Al final, salió su mujer. Lo supo y se relajó. Por lo menos le quedaba su amor en el sitio donde habita el olvido. Me di la vuelta y seguí mi camino hacia la Plaza de las Flores, que se asomó a ver si la recordaba. Me acordé de ella y respiré con alivio. Todavía no toca. Aún es pronto todavía.