Novela
Menudo pollo por Javier Paredes
Por fin se ha sabido la verdad sobre la descuartizadora del doctor Morín, al que la opinión pública puso en la picota, cuando se descubrió que en sus clínicas abortistas había una trituradora conectada con un desagüe que desembocaba en la alcantarilla. Porque como a la maldad innata de los periodistas hay que añadir lo mal pensados que son sus lectores, la opinión pública acabó concluyendo –aunque, eso sí, la conclusión sólo era presunta, no la vayamos a liar– que el artilugio servía para hacer desaparecer los cuerpos del delito –del presunto delito, quiero decir– por las también presuntas cloacas. De modo que nada por aquí, nada por allá, trinco pasta –esta vez no presunta, sino en billetitos– por aquí y también por acullá.
Y es que, como dice el tópico, los españoles somos muy envidiosos, y los franceses, los ingleses, los americanos también... pero nosotros más. La envidia nos reconcome cuando vemos a un triunfador como Morín: ¡Pero qué coches, qué casas, que nivelazo de vida! ¿Y de donde saca «pa» tanto como destaca?, como dice la copla, se preguntaron muchos, inducidos por sus prejuicios reaccionarios. Y las mentes cavernarias y retrógradas que, obcecadas por lo de piensa mal y acertarás, como siempre están con lo mismo, dieron de inmediato una respuesta, quiero decir una presunta respuesta: este individuo se ha forrado con lo que cobraba por los muchos abortos que practicaba.
Pues no, se equivocó todo el mundo y por fin en la mañana de ayer se descubrió toda la verdad en el juicio que se está celebrando contra Morín en la Audiencia de Barcelona. Llamado a declarar por el juez, acompañaba a Morín su señora esposa, que también sabía lo de la trituradora. Y ante las preguntas del fiscal Morín y su compañera –dígamoslo así ahora para compensar lo que de carca que tiene el término esposa– guardaron silencio. Llegó el turno de las acusaciones, cuatro nada menos –Alternativa Española, E-cristians, Tomás Moro y Colegio de Médicos–, y volvieron a interesarse por el uso de la trituradora, y la pareja volvió a dar la callada por respuesta. Pero llegó por fin el turno del abogado de Morín, que al plantearle la pregunta, esta vez sin acritud, facilitó que a Morín se le soltara la lengua y desveló el misterio: «La trituradora la utilizábamos para triturar cerdos y pollos». Y en el silencio de la sala se oyó un comentario, pero muy por lo «bajinis»: ¿Y por qué no trituraban también pollas...? Por lo que tenían que haber juzgado a Morín es por discriminación sexual. ¡Mucho juez sexista es lo que hay!
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá
✕
Accede a tu cuenta para comentar