Barcelona

Las pesadas víctimas por Alfonso Ussía

Podría llenar la página con sus nombres. Unos viven y otros fueron asesinados

La Razón
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Recibí hace años la carta de una hija desesperada y triste. La hija de una víctima de la ETA a la que no reconocían su condición de tal. Había muerto en el incendio provocado del «Corona de Aragón». El Gobierno de entonces, presidido por Adolfo Suárez, no quiso reconocer la autoría del terrorismo etarra. Aquel hombre, francés de nacionalidad con residencia en Barcelona, decidió descansar en Zaragoza. Se le había hecho tarde. Descansó definitivamente. A su mujer y a sus hijas no se les reconoció nada. Lo mismo a la mujer y los hijos de Alfonso Queipo de Llano, conde de Valoria, oficial de Caballería. Lo mismo a la mujer y los hijos de todos los inocentes que murieron aquella madrugada maldita. Incendio en la máquina de churros, según el Gobierno. Años después, el que fuera jefe del Gabinete del Presidente del Gobierno, Josep Meliá, en una entrevista con Jesús Hermida en Antena-3 de Televisión, reconoció la cobardía: «Sabíamos que había sido la ETA, pero no convenía reconocerlo oficialmente». Hubo gente que luchó ante la injusticia. Y aquella hija de una víctima del terrorismo se presentó en Madrid, y fue recibida por Enrique Fernández-Miranda, diputado del Partido Popular, que se prestó a poner en orden y en su sitio a la justicia frente a la injusticia.

Muchos años más tarde, y no del todo, los familiares de aquel atentado de la ETA fueron reconocidos como víctimas del terrorismo. Pero con reservas. Los familiares de las víctimas, como dijo meses atrás un impertinente dirigente del PP en las Vascongadas, eran unos pesados. Unos pesados sin padres, sin hermanos y sin hijos, dato que se le olvidó al moderno dirigente.

Sucede que en el País Vasco nacía un Partido Popular sin complejos, fuerte, salido de la casi nada, compuesto por auténticos héroes. Gregorio Ordóñez, Jaime Mayor Oreja, María San Gil, María José Usandizaga, Regina Otaola, José Ramón Caso, Miguel Ángel Blanco… Podría llenar la página con sus nombres. Unos viven y otros fueron asesinados. Aquel Partido Popular se enfrentó al terrorismo para defendernos a quienes vivíamos cómodamente en la lejanía de la tragedia. Aquella firmeza, aquel valor y aquellos argumentos, recibieron en las urnas vigiladas por los asesinos un apoyo ciudadano consistente y admirable. Con Jaime Mayor se alcanzaron los 19 diputados, y con María San Gil, los 15 representantes de la resistencia democrática y libre. A Jaime Mayor, por anunciar lo que ahora ha sucedido, lo mandaron al Parlamento Europeo, para que no diera la lata. Carlos Iturgáiz está en la nevera. María San Gil ha sido defenestrada. Consuelo Ordóñez es un cero a la izquierda. Regina Otaola no ha recibido ni un mensaje de gratitud por su coraje. Carmen Elías sigue viviendo en la misma casa en la que el asesino de su marido, que salvó de niño la vida del que habría de quitársela, regenta un comercio manchado de sangre. No pretendo menospreciar el trabajo de Basagoiti y su equipo, pero nada tiene que ver aquella firmeza con las actuales componendas, que se han traducido en un rotundo fracaso electoral.

Jaime Mayor y los suyos supieron mantener, después de reivindicarlas, unidas a las víctimas. Hoy están diseminadas y enfrentadas. Jaime Mayor y los suyos se hartaron de llorar en los entierros de sus compañeros asesinados. Jaime Mayor y los suyos encontraron en la ciudadanía vasca la recompensa merecida de los votos. Hoy, nada de aquel PP valiente y decidido, o casi nada, queda y se mantiene. Se les ha llamado estridentes y exagerados, y no han errado ni un milímetro en sus vaticinios. Han sido exterminados por la envidia y repudiados por los cantos de sirena. Y ahí están los resultados. Hoy les dedico a todos ellos estas palabras de gratitud. Sin ellos, llevaríamos tiempo en la antesala de la casi nada. Ahí, donde ahora nos encontramos con argumentos, con palabras, con la razón y sin escaños.