Barcelona
Laporta no es Mourinho y viceversa
Observen esta fotografía. Un vendedor de frutas en un mercado de Barcelona ofrece a una clienta unos plátanos. Junto a él, un compañero del puesto se muestra algo jocoso y subido de color, seguro que saboreando el chiste que ya tiene en la punta de la lengua.
Habrán descubierto lo duro que es ser candidato: quien tiene los plátanos en la mano es Joan Laporta, expresidente del F. C. Barcelona, que en ese justo momento está explicando su programa político, detallando sus propuestas, convenciendo a una posible votante que fía muy caro su voto. No es para menos. Luego se quitará el delantal y con su asistente de campaña –becado por un plan de empleo juvenil– se irá pitando a un centro comercial del extrarradio a convencer a las cajeras de que para que Cataluña sea independiente en unos cuantos años –a lo mejor el que vieno o el otro, les dice– aumenten su productividad: hay que cobrar más rápido. Más tarde, cenará un bocadillo en el mercado central, que es donde él se reencuentra con el político de vocación admirador de Adenauer, con el político serio, responsable, de intachable moral, recto como una vara de castaño e incorruptible.Y al día siguiente, vuelta a empezar. Disfruta Joan Laporta desde hace meses de un escaño en el Parlament de Cataluña, asiento que no le costó gran esfuerzo conseguir gracias a que se aprovechó de su puesto institucional sin tan siquiera poner un duro. Eso tiene mérito. Un escaño no es lo mismo que estar sentado en un campo de futbol, pero, no nos engañemos, casi: aplaudes a tu equipo juegue bien o mal e insultas al contrario. Mourinho nunca debería dedicarse a la política.
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