Crítica de libros
Los preparados
Hay días –será la lluvia, será el compás del tiempo– que ve uno la realidad como un extraño fenómeno lejano que se despide en lontananza. Contempla los noticiarios y no hay más que cucharadas de argumentos pueriles, como si la carrera a marchas forzadas hacia la estulticia definitiva se consumase y se acerque el momento de inventar una nueva vida.
El caso es que ocurren acontecimientos verdaderamente serios y ya no sabemos cómo observarlos, viendo sin ir más lejos las formas de conmemorar el 11-M o un debate existencial sobre el bono bus. ¿Está la gente realmente preparada para todo esto, esta nada? Nos hemos cansado de presumir de sobrados de preparación sólo para acabar demostrando peor fragilidad que un huevo falto de sustancia.
¿Cómo abordar, pongamos por caso, el seismazo de casi 9 grados en el mar del Japón despertando la alarma convulsa en el Pacífico? Sin problemas, porque los nipones están preparadísimos para estas cosas. Tanto, que al ciudadano abesugado le parece que podrían sacar provecho del desencadenamiento de la catástrofe convirtiéndolo todo en una especie de parque temático, con maquinitas electrónicas, cangreburgers y atracciones diversas. Llegaremos a ver el fin del mundo como un delirante espectáculo manga, lo mismo que podemos seguir hablando de las distinciones entre el desastre para ricos y para pobres. Hasta que un día nos percatemos de que la destrucción no diferencia traseros cuando llegan las palabras mayores, que escaldan hasta a las mayores divinidades la mar de alertadas y listas para todo, menos para resolver lo irresoluble. En eso, al menos, los japoneses barren con su tan hondo como frívolo sentido apocalíptico de la existencia. Aquí ya nos ha bastado con coger con la fregona a una generación de JASP (Jóvenes, Aunque Sobradamente Preparados), dejando que se desperdicie anegada en una inanidad de culto. Con sus mejores mentes haciendo el bobo y sin un aullido a lo Ginsberg que echar piando en el Twitter. Es la rotura del cordón que pudo haber un día entre la tierra baldía de Eliot y el moño de Karmele Marchante.
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