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La Razón
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Es muy diferente el patriotismo inducido y militante al reconocimiento de una determinada entidad. –«Esto soy, este es mi país, mi apego a la vida se produce aquí porque no tengo otras raíces». Éste es un sentimiento originario y natural y no un patriotismo canalizado y politizado por la educación. Pongo un ejemplo:

A los trece años, en plena guerra civil, acompañé a mi padre que, a bordo de un camión, iba por los pueblos limítrofes –e incluso más allá– acopiando víveres para una filial de trabajadores comunistas. El viaje se alargó hasta un pueblecillo de la sierra de Cazorla, de lo más primitivo y singular.

A los trece años, ya se puede tener una idea de los perfiles más característicos de la España histórica, lo típico y tópico de ese mundo, referencias o conocimientos elementales.
 
Llegamos de noche y nos alojamos en una venta rural, muy clásica, iluminada con toda naturalidad por candiles y velones de lo más cotidiano en el siglo anterior. Y todo porque, a causa de la guerra, se le cortaba por completo el suministro eléctrico. Todos se mostraban muy rutinarios y conformes: –«Aquí no pasa nada, el frente está muy lejos y todo se halla en calma». A nadie se veía con el atuendo de miliciano.

Pero la venta estaba muy ocupada y todavía no me explico aquel incesante entrar y salir de caballerías, haciendo resonar sus cascos sobre las piedras del solado. Y así lo consideré yo cuando nos alojaron en un cuarto, cerca del zaguán y, por lo tanto, próximo a la entrada de tanta caballería ferrada. –«Aquí no vamos a poder dormir».

Y más aún cuando íbamos a hacerlo sobre unos colchones rellenos de crujientes hojas de maíz, que hasta sonaban cuando uno se daba la vuelta, pero en los que hubieran dormido apaciblemente y a pierna suelta Sancho Panza o el bachiller Sansón Carrasco. Y, cómo no, el propio Cervantes.

El caso es que, nada más entrar, meterme en la cama e intentar conciliar el sueño, me asaltaron todas las molestias ambientales, auditivas y olfativas de un pasado remoto. –«Así debiera ser en otro tiempo. ¡Qué molestia ser viajero, arriero, recaudador de contribuciones o mozo de cuadra en el Siglo de Oro!». Aquel incesante ruido de cascos sobre el empedrado, los grillos que no cesaban, los gallos cercanos y lejanos que les respondían, el olor a cuadra… Un extrañamiento total: –«Estoy viviendo en la España antigua, en la España de "El lazarillo"o "El diablo cojuelo", estoy experimentando lo mismo que sus personajes, soy un personaje yo mismo».

Me levanté despacio, sin hacer ruido, y salí a tientas de aquel cuarto oscuro para tranquilizarme y respirar. Pero me esperaba algo más impresionante. Nada más salir, encontré la placita del pueblo, con una fuente en medio, pero todo en una completa oscuridad; sólo la débil luz de las estrellas en un cielo medio nublado permitía distinguir los relieves sin sombra, fantasmales, irreales… Todo embalsamado por el perfume a jara quemada, pues se estaba cociendo el pan en un horno cercano. Los innumerables gallos seguían mandándose mensajes de «aquí estoy yo» y continuaba la nota pedal de los grillos nocturnos. Unos campesinos en sombra llevaban unas vacas a abrevarse en la fuente y también se escuchaban tenebrosos cencerros.

El silencio antiguo, de la antigua España, era un silencio sonoro, con olor a pan y a jara quemada. Me sentí en suspenso, como en éxtasis y como viviendo un momento eterno, de una paz entusiasta, de una inefable plenitud: –«Esto es España, esta es mi tierra, esta es mi patria, y no estamos en guerra; todo esta detenido en un instante del pasado, todo esto resucita sentimientos innatos, todo esto lo he vivido yo, antes de nacer». Muy posteriormente, al leer los viajes por España de Gautier, de Dumas y de tantos otros, he podido decirme con satisfacción: –«Esto ya me ha ocurrido a mí, con trece años, viajando con mi padre». Y este es el patriotismo originario y natural, al que me refiero.