Italia
El pecado y el delito
Era previsible a tan altas temperaturas ambientales. Entre bacanal y bacanal el primer ministro italiano Silvio Berlusconi ha terminado por confundir el pecado con el delito. El primero lleva a la transgresión voluntaria de preceptos religiosos o morales, conduce a comportamientos que se apartan de lo recto y lo justo. Naturalmente la alegre moral de un galán sui géneris le ha llevado sin demasiados trastornos de conciencia a apartarse de lo que es debido. Pero el delito es otra cosa. Supone el quebrantamiento de la Ley por acción u omisión y está penado. Aquí ya no interfiere la ética sino los tribunales.
Y ahí tenemos a nuestro hombre. Bramando contra unos jueces a los que acusa de dar un golpe de Estado y acusándoles de maquinar una operación de carácter puramente subversivo, destinada a darle un revolcón al orden público.
En un país normal tendría motivos más que suficientes para estar hundido. El final del caso judicial conllevaría automáticamente el final de la carrera política. Pero aquí habrá que verlo. Esto es Italia.
Si tras ser forzado a sentarse en el banquillo sus compatriotas le castigan limándole a duras penas media docena de puntos en su índice de popularidad, es que los cánones deontológicos de sus compatriotas no son mucho más íntegros. O sea, que «Il Cavaliere» podrá pagar su responsabilidad penal pero puede salirle gratis la política. Porque ni habrá repudio ni ocaso ni retirada. Eso sí, Silvio, se terminaron las bunga-bunga.
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