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Ideologías (I) por Pedro Alberto Cruz
Cuando no se tienen ideas se recurre a las ideologías». (Del miedo y la cultura, pág. 1).
Me permito la auto-cita para iniciar esta primera entrega dedicada a las ideologías, y para que se sepa desde su inicio cuál es la consideración que me merecen «estos» sucedáneos, estas achicorias que tratan de sustituir el auténtico sabor de las cosas, de cambiar la enjundia por la vaciedad, de convertir el discurso en horrísono griterío capaz de suplantar las voces de la razón. Y da igual el color y el matiz.
No hay nada más absurdo que ser consciente de algo y argumentar en sentido contrario. No existe actuación más ridícula que aquella que, reconociendo la evidencia, la niega. No encontramos «razonamiento» más descabellado que aquel que sólo se apoya en la ideología.
La ideología es carencia recreada en sí misma. Nada la conmueve y la invita a la comparación fuera de su visión sectaria; nada es capaz de hacerla «pensar», y menos de admitir lo contrario, aunque la boca se le llene con la palabra «otro» y se desgañite en defensa de la multiculturalidad y demás, siempre que no estén en boca contraria: lo que dice el contrario, siendo igual, no es, no es posible y su existencia molesta.
La ideología, cuando se justifica, es la versión prostituida de la idea (lo que no saben los proxenetas de todas las épocas es que por mucho que lo intenten nunca podrán mancillarla), un sucedáneo, como dije antes, edulcorado con teóricas reflexiones vertidas en ensayos, manuales, tratados y panfletos de toda índole que inundan el planeta provocando el efecto «vertedero». Nada le es más grato a una buena ideología que la erradicación de la contraria y el exterminio de sus seguidores. Y ejemplos recientes de esto los tenemos y variados, y a ellos dedicaré los próximos artículos.
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