Literatura

Pekín

El postismo de Boris Vian por Francisco NIEVA

Aunque banalizado por la crítica, debe ser tomado muy en serio

El postismo de Boris Vian, por Francisco NIEVA
El postismo de Boris Vian, por Francisco NIEVAlarazon

Fuera de los que están muy al tanto de la poesía moderna española –y no todos– , pocos saben lo que es el «postismo», que fue un movimiento de vanguardia español, concebido, bien paradójicamente, en la España de Franco, y que preconizaba la posmodernidad. Un gran honor para nosotros, pues, al parecer de mucha gente, España es un país muy atrasado en novedades de este tipo, las cuales siempre nos llegan del extranjero. Un gran error, porque somos una potencia mundial en la vanguardia internacional, pictórica y poética. Picasso, Valle-Inclán, Dalí, Lorca, Buñuel… Y Carlos Edmundo de Ory, que acaba de morir. Pero si nadie sabe lo que es el «postismo», tampoco se sabe muy bien qué es la posmodernidad.

Para aclararnos: lo que se entiende por «moderno» también tiene sus reglas y sus mandamientos, y esto es lo que no admitían aquellos postitas y estos posmodernos. Ustedes mismos pueden comprobarlo: lo moderno está por todas partes y es tan prolífico que estamos rodeados de modernidad, como los románticos estaban rodeados de romanticismo. ¿No les parece un poco aburrido? Siempre hay individuos tan inconformistas –los verdaderos evolucionistas– que están reclamando otra cosa. Y el posmodernismo se ha dicho: «No quiero esto y ni aquello, sino todo lo contrario». El posmodernismo del Museo Guggenheim, de Frank Gehry, es todo lo contrario a un aburrido rascacielos moderno. ¿Nos damos cuenta de la diferencia?

¿Hay escritores, novelistas, dramaturgos y poetas posmodernos? ¡Vaya si los hay! Quien se quiera enterar y divertirse un poco con ello no tiene más que leer algunas novelas de Boris Vian. El caso de Vian, en su país, era muy parecido al de Ory en España: sólo lo apreciaban en grande los aburridos de modernidad que pedían todo lo contrario. Todo lo contrario a una novela moderna corriente eran las de Boris Vian, poeta, novelista, músico de jazz, letrista de canciones y «showman». Yo fui a verlo a uno de sus recitales y me encontré con un tipo joven, muy agraciado de rostro, elegante como un modelo de pasarela; vi una especie de Dorian Gray haciendo payasadas, todo lo contrario a un «showman» normal. La vida de Boris se podría comparar a la de un chico de ahora mismo, sediento de movida y rock y «chutándose de lo que se tercie». Quien se quiera enterar por encima, que recurra a la asendereada Wikipedia. Pero si quiere enterarse mejor, que me haga caso a mí y lea «La espuma de los días» y «El otoño en Pekín». Verá lo que es bueno.

A los viejos postistas, premonitores de la posvanguardia, les hubiera entusiasmado como me entusiasmó a mí, que soy igualmente viejo y postista. Boris Vian –el divertido, el «cachondo»– era para tomárselo muy en serio. El filósofo Jean Paul Sartre, que había escrito en favor del poeta y ladrón homosexual Jean Genet, interesado por aquel «loco de la vida», le invitó a escribir en su revista «Les Temps Modernes», en la que demostró su agudeza y su tono de novedad, con cuentos, críticas y comentarios de todo tipo, demostrando que «el emperador de los zangolotinos» era un tío superiormente inteligente y original.

Con la novela «Escupiré sobre vuestra tumba», publicada bajo seudónimo y fingiéndose un escritor norteamericano, terminó enfrentándose con la crítica, que lo banalizó rencorosamente, y su obra en «clave mayor» –como las excelentes novelas que recomiendo– sufrió un bajón de prestigio público. Mas, para los que entendían con suficiente precisión el sentido de la posmodernidad, ha continuado siendo tan emblemático como lo fuera Alfred Jarry, el inventor de «Ubú rey» y de la Patafísica, al que Vian consideraba su maestro. Sería bueno advertir que existe una superior minoría cultural, cuyo juicio siempre es más certero y seguro que el de la crítica de actualidad. Para esta minoría, ciertos valores están más seguros, son menos ambiguos y conformistas, menos moralistas, religiosos o ateos, menos políticos y partidistas. Sin lugar a dudas, esto es «lo contrario». Tanto con «La espuma de los días» como con «Otoño en Pekín» nos vamos a enterar. Vale.



Francisco Nieva
de la Real Academia Española