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Tiemblan los cielos y la tierra

Un grupo de niños norcoreanos llora la muerte de Kim Jong Il en Pyongyang
Un grupo de niños norcoreanos llora la muerte de Kim Jong Il en Pyongyanglarazon

PEKÍN- La tierra entera se revuelve de dolor por la muerte del «Querido Líder». Ya no sólo los hombres que sobre ella habitan, sino también las aves, e incluso los elementos. A través de la agencia oficial KCN, la propaganda norcoreana transmitía ayer ésta y otras majaderías a sus súbditos. Se les decía, por ejemplo, que el hielo que cubre el famoso lago volcánico de Chon «se resquebraja haciendo tanto ruido que tiemblan los cielos y la tierra». Eso cuando la madre naturaleza no se expresa de manera aún más explícita y los mensajes de pésame aparecen escritos, como pasó anteayer en una cueva del Monte Paektu, el lugar donde la leyenda ubica el nacimiento del dictador. Tras una nevada y durante horas pudo leerse la siguiente frase excavada en la roca: «Monte Paektu, montaña sagrada de la revolución. Kim Jong Il». Los «guionistas» del régimen han echado su imaginación a volar estos días de luto. No es nada nuevo. Corea del Norte lleva años envolviendo el poder con atributos mágicos y sobrehumanos, propios de imperios medievales. La deificación de la dinastía Kim es uno de los pilares de una «programación colectiva» que empieza desde la más tierna infancia y de la que, según cientos de testimonios, no es posible liberarse ni siquiera en privado. Entre otras cosas porque hay que reprimir cualquier gesto, cualquier queja y cualquier símbolo de descontento. Todo puede ser interpretado y denunciado como una desafección al régimen. Y cualquiera puede elevar la acusación, desde el familiar más cercano hasta el vecino de enfrente. La Prensa anglosajona ha llegado a entrevistar estos días a psiquiatras de prestigio para responder si son auténticas, o de cocodrilo, las lágrimas que brotan de los cientos de miles de personas que han pasado estos días frente al féretro del difunto dictador. La mayoría de ellos no sabía muy bien qué responder. La cuestión es difícil, incluso para quien conoce bien Corea del Norte, ya que su sociedad vive un aislamiento (espacial y temporal) que impide juzgar sus emociones y reacciones con valores modernos. En todo caso, la opinión más extendida es que el llanto colectivo es una mezcla de miedo a lo desconocido, cultura, temor a la represión y desconsuelo auténtico. Los refugiados que consiguieron huir insisten en que, incluso después de haber sufrido injusticias, hambre o haber caído víctimas de campañas de represión, se sigue confiando y legitimando el papel del Partido de los Trabajadores y de la dinastía Kim. Es algo similar a lo que ocurría en los «gulags» soviéticos y tras las purgas maoístas. «Durante mucho tiempo yo no entendía que hubiese una relación entre mis problemas y la figura de Kim Il Sung o Kim Jong Il», explicó a LA RAZÓN en agosto de 2010 Jin, un refugiado norcoreano que huyó en 2002 y que lleva varios años viviendo en Seúl. Al llegar a Corea del Sur, muchos norcoreanos acaban enganchados en sectas religiosas que cubren ese vacío.

 

Inmersos en un mundo distinto
El psiquiatra Jeon Jin Yong, de la clínica Hana, especializado en los traumas de los refugiados, asegura que «uno de los procesos más traumáticos al salir de Corea del Norte es aprender a vivir en un mundo tan distinto. Algunos no pueden aceptar haber vivido engañados tantos años, se arrepienten y sienten la tentación de volver».