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La dictadura birmana anuncia la liberación de más de 6000 presos

La "transición disciplinada hacia la democracia"prometida hace meses por la Junta Militar birmana empieza a ser algo más que un perverso ejercicio de retórica. Una semana después de haber renunciado a la construcción de una impopular presa hidroeléctrica, el régimen decidió ayer liberar a 6.359 reos, que irán abandonando sus celdas a partir de hoy.

Dos policías birmanos resguardan el exterior de la prisión de Insein, en Rangún, Birmania
Dos policías birmanos resguardan el exterior de la prisión de Insein, en Rangún, Birmanialarazon

La televisión estatal aclaró que los amnistiados son "viejos, enfermos e inválidos"o personas que han tenido una "buena conducta"en la cárcel, pero sin ofrecer datos concretos sobre su identidad ni aclarar lo más importante: cuántos de ellos son presos políticos.

Es cierto que las amnistías son relativamente frecuentes en Birmania, pero esta vez las expectativas son muy altas. En pleno lavado de cara, la dictadura parece estar dispuesta a realizar concesiones y sacar a la calle a algunos de sus enemigos, tal y como exige la oposición
como paso previo para normalizar la transición.

El régimen intenta convencer a su propia población, pero también a la comunidad internacional, hoy más dispuesta que nunca a relajar las sanciones económicas que pesan sobre el país.

Desde su exilio en Bangkok, fuentes de la oposición con las que habló LA RAZÓN pronosticaban ayer que cientos de sus compañeros podrían abandonar la cárcel, aunque contenían su entusiasmo.
Lo cierto es que no saldrán todos: las organizaciones humanitarias y la Unión Europea consideran que en las cárceles birmanas hay más de dos mil presos políticos.

Las reformas puestas en marcha por el gobierno birmano en las últimas semanas han sorprendido positivamente a analistas, diplomáticos y al propio gobierno de Estados Unidos, cuyos negociadores se muestran ya públicamente "impresionados"por los progresos.
Y aunque se va abandonando el escepticismo inicial, dentro y fuera de Birmania se sigue manteniendo la prudencia.

"Están pasando cosas, es indudable, pero esperemos que no sea una simple estrategia o un maquillaje del mismo régimen. Habrá que verlo poco a poco", comentaba un diplomático europeo. No hay que olvidar que la dictadura militar birmana tiene más de medio siglo, un abultado historial de crímenes y el índice de corrupción más alto del mundo según Transparencia Internacional.

Con todo, los cambios afloran. La censura, una de las señas de identidad del régimen, ha empezado a ceder terreno. Cientos de páginas web, otrora prohibidas, pueden consultarse ahora sin problemas.

Es más, los medios oficiales han abierto espacio a voces críticas, llegando a colocar en primera página al "archienemigo"del régimen, la premio Nobel de la paz, Aung San Suu Kyi. Un cambio de guión admitido por el burócrata encargado de organizar el aparato de censura, Tint Swe, quien abogó en una reciente entrevista por garantizar la plena libertad de prensa.

Se trata de hechos sin precedentes, que también empiezan a dejarse notar en leyes como una aprobada a finales del mes pasado que reconoce el derecho de los trabajadores a crear sindicatos.

Las aperturas empezaron oficialmente a finales de 2010, cuando el régimen celebró una farsa electoral de la que salió el actual Gobierno, mitad militad y mitad civil, pero sin rastro de los
principales grupos opositores. Días después de la votación, la Junta Militar levantó el arresto domiciliario de Aung San Suu Kyi, quien había pasado 15 de los últimos 20 años encerrada.

Desde entonces, a "la Dama"se le ha permitido volcarse en la política. Su discurso, conciliador y sin revanchismos, busca sacar adelante una transición democrática sin derramamientos de sangre. Y hay quien empieza a creer que quizá esta vez podría conseguirlo.