Historia

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El drama de la izquierda (I) por César Vidal

La Razón
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Tenía yo ocho años aproximadamente cuando un día, trasteando en un armario empotrado, distinguí el extremo de un juguete. Encaramado a una silla, descubrí que mi primera impresión no había sido errónea. No hubiera tenido aquella circunstancia mayor importancia de no ser porque la Navidad estaba cerca y porque ya me habían llegado rumores de que los Reyes Magos eran los padres. Compungido se lo comenté a mi madre que lo negó alegando que ese año habían tenido que comprar algunos juguetes porque mi conducta había dejado que desear. La explicación materna era un dislate aunque sólo fuera porque yo era un niño de conducta intachable, pero realicé los mayores esfuerzos para creérmela porque la alternativa me inundaba de una tristeza indecible. Sin embargo, la realidad era irrefutable. De ella me he acordado, tras escuchar la última intervención de Rubalcaba. Desearía yo creer que la izquierda española es sensata y fiable, pero por más que me esfuerzo, no lo consigo. En realidad, el mal viene de lejos. La izquierda apareció en España –tardía y raquítica– muy a finales del s. XIX. Desde entonces, su mensaje fue apocalíptico, pero, por eso mismo, con ribetes de redención. El mundo iba a cambiar de base y los nada de hoy todo habían de ser. El mismo José Antonio llegó a decir que el nacimiento del socialismo había sido justo, algo bastante lógico en él porque, como señaló Mussolini, el fascismo era sólo un socialismo nacionalista. Irrespetuosa con la legalidad ya que, como el mismo Pablo Iglesias afirmó, en ella se mantendría si era conveniente y, por el contrario, la violaría si favorecía sus intereses, la izquierda se llevó por delante dos sistemas parlamentarios. Al primero, la monarquía canovista, le negó el pan y la sal y desde 1917 a 1930 se empeñó en una lucha encarnizada en su contra –salvo la colaboración del PSOE con la dictadura de Primo de Rivera– en la que empleó el atentado terrorista, el pistolerismo y el golpe de estado. Al segundo, la república de 1931, intentó dinamitarlo literalmente en 1934, tras su primera derrota electoral. Cuando en 1936, el Frente Popular llegó al poder sumergió a la nación en un clima revolucionario que acabó derivando en una guerra civil y, tras ésta, en una dictadura prolongada. La izquierda había sido en otras naciones buena, mala o regular. En España, había resultado pésima. Tan sólo en Madrid, asesinó durante la Guerra Civil a cinco veces más personas que la dictadura de Pinochet a lo largo de toda su duración. Sectaria –como bien señaló un Unamuno desengañado del PSOE– violenta, de mínimo nivel hasta el punto de no haber dado un solo intelectual de peso que oponer a Ortega, a Maeztu o a Marañón, obligaba a preguntarse si algún día podría aportar algo positivo a la Historia de España.